lunes, 13 de enero de 2014

RUNNING BOOM


Somos legión. El running ha invadido pueblos, ciudades y hasta montañas. Atrás quedan los recuerdos de las mañanas melancólicas post-resaca de domingo, la gente aún desparramada por las calles, procedentes de algún tugurio y con evidentes síntomas de trasnocho. Ese panorama ya constituye una minoría, un grupo en extinción absorbido por las hordas de corredores y ciclistas matutinos que se disponen a horas intempestivas a devorar kilómetros y sudar de lo lindo.

 Se lleva la vida sana. Cada vez fuma menos gente, hay menos accidentes de tráfico y el material deportivo está en auge, por no hablar de las carreras. Carreras, carreras, carreras. Echa un vistazo a un calendario de este deporte y te verás abrumado por una cantidad de pruebas difícil de digerir. Las quieres correr casi todas, consultas tu agenda, es imposible, haces cuentas, decides inscribirte a una que tendrá lugar en unos meses y... ¡zas! las plazas ya están agotadas. Hay cientos y miles de personas dispuestas a correr un domingo más de 60 kms. Ya no hay pueblo que se precie que no disponga de su carrera popular, o de su trail, que últimamente consiste básicamente en salir a correr fuera de las calles asfaltadas, sean carriles, ramblas, veredas, huertas, fincas de olivos... 


Hasta hace unas semanas esto me llevaba a una reflexión unilateral: la crisis. Los gimnasios son caros, los vicios también, luego la gente empieza a correr. Por ello se organizan más carreras. Por ello hay negocio. Por ello las tiendas venden más zapatillas a precios escandalosos a corredores noveles dispuestos a desembolsar 130 euros por lo que le han vendido como “solución a tu hiperpronación severa”. Donde antes corrías con 150 corredores más, ahora lo haces con 700. 


Y las carreras benéficas. Y la causa lucrativa oculta tras el altruismo. Y los gallitos, esos populares con marcas insuficientes para correr con la elite pero que se pavonean con aires de semidioses por las carrerillas de los pueblos. ¡Y cómo los miran los noveles! 

La gente que empieza tiene ilusión, cualquier progreso es digno de admiración y las endorfinas se disparan sin parar cada vez que se calzan sus nuevas Asics Gel Nimbus de 140 euros y consiguen recorrer 2 kilómetros más que el día anterior. Ya están buscando sus próximas mallas largas, o su primer gps. Correr es maravilloso y se preguntan cómo no lo han descubierto antes. ¡Cuántas y cuántas horas desperdiciadas! Animan a sus conocidos a empezar a correr, les cuentan las bondades de un deporte que está de moda, les vacilan sobre su marca en el diezmil del pasado domingo, se jactan de que en unos meses debutarán en media maratón y quién sabe si algún día Filípides los abrazará. Y les han contado que hay una modalidad de correr por el monte que se llama “trail” y que es la leche.

Qué demonios. Yo siempre he sido de esos. Siempre he hecho lo mismo. Siempre digo que correr es el fundamento de mi vida. De hecho, es un modo de vida, pero qué pocos se atreven a decir que es un deporte ingrato, duro, que de cada 5 salidas, disfrutas como mucho dos, que muchas veces sales sin ganas y vas agobiado pensando en lo mal que vas, que no estás fino, que ya no tienes ese pico de forma, que alcanzar dicho pico lleva meses, pero se tardan un par de semanas de excesos en perderlo. Sí, con el tiempo se instaura en ti una convicción ambivalente: sufres cuando estás mal, maldices correr, pero jamás te planteas dejarlo. Tras una decepción un domingo, no tienes dudas de que el lunes volverás a calzarte las zapatillas. Miras la clasificación de la carrera anterior y sientes vergüenza y autocompasión. ¡Pero cómo se puede correr tan mal! ¡Pero cómo me ha ganado ése!

Cada vez corremos más. Y definitivamente he conseguido aclararme: pienso que es bueno este boom del running. Los que empiezan aportan la energía, optimismo e ilusión que corredores más veteranos como yo pierden cada semana, progresiva e inexorablemente.


1 comentario:

  1. ¡Cuántos kilos de verdad y desparpajo moral en esta entrada! Eres el Haneke de las entradas correriles.

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