La tarde de hoy era una de esas condenadas a quedar perdidas
en el ostracismo. Un anodino, gris y lúgubre puñado de horas de un implacable
mes de febrero. De ésas que no pasan precisamente a la historia. Un plomizo y poco prometedor entorno que nada invitaba a abandonar el recogimiento y el estado
contemplativo. Y mucho menos a arrastrar un cuerpo que parecía de plomo y
ponerlo en movimiento.
Un jueves de los que tocaba series, pero en todo este
preámbulo sombrío subyacía algún tipo de mensaje encriptado que quería
manifestarse. Algo me susurraba que hoy no era día para congraciarse con la
velocidad y el sufrimiento, más aún arrastrando molestias en un tobillo y con
síntomas post-febriles. Algo trataba de
decirme que hoy sería una buena idea correr en soledad.
Me he lanzado a los caminos, aunque lanzarse es un verbo
pretencioso para definir lo que realmente he hecho en los primeros compases de
mi carrera. Me he arrastrado como he podido, pero justo antes de cerrar la
puerta de casa y dar la primera zancada y empezar a mojarme bajo esta lluvia
que bien parecía anglosajona se me ha ocurrido recurrir a la ayuda del iPod. ¿Por qué no? Creo que por vanidad e
impostura siempre he dicho que prefería salir a correr sin música, oyendo el
crujir de las hojas y los latidos de mi ajado corazón, etc, etc. Como si
hacerlo con música te rebajase el estatus de corredor o tu nivel de
autenticidad quedara mermado… He
mezclado mis dos pasiones, de las que siempre me jacto: correr y música.
Me he creado un cóctel de melancolía perfecta, aunando el
Post Rock de grupos como Mogwai, Explosions in the Sky, This Will Destroy You,
Caspian (soberbio Waking Season), pasando por el indie-rock de The
National (England, ¡qué tema!). Me he
puesto en modo shuffle en todos los
sentidos, mis pasos no eran armónicos ni regulares, pero sin embargo el
ensimismamiento ha ido in crescendo. Esa música realmente está creada en
habitaciones grises, bajo cielos grises y tocada por personas grises. Es
perfecta. La lluvia me ha golpeado en la cara y poco a poco, casi sin pensarlo,
he ido dirigiéndome por caminos más sinuosos y embarrados, llenos de cuestas
abruptas y resbaladizas. La noche ha caído y la música ha persistido con su lánguida cadencia, igual que mi ritmo. Ha llegado la rampa más dura y las guitarras y la
potente base rítmica de Caspian han cesado y un piano cobra protagonismo. En un
movimiento casi reflejo he movido mi mano con la intención de pasar la canción
a algo más animado pero no lo he hecho. He dejado sonar a Ludovico Einaudi y su
Divenire. Por un momento he entrado
en un súbdito estado de calma, una quietud maravillosa que ha transformado mi
cuerpo en un ente liviano, he sentido perder el lastre sobre mi espalda y mi
mente, he palpado el olor de la lluvia y he visto en la oscuridad del camino.¡Qué maravilla de composición! Tras la cuesta han empezado a emerger de nuevo las luces de la ciudad, apenas
un horizonte indefinido. Las piernas han dejado de dolerme y mis pensamientos
han fluido nítidamente.
“Divenire” quiere decir algo así como convertirse, hacerse, mutar un estado, cambiar… que es justo lo que
hoy necesitaba. Por etimología, me sugiere devenir.
El futuro aún me debe algunas cosas y mientras las espero quiero hacerlo
corriendo y escuchando buena música. Sintiendo. Viviendo.