jueves, 13 de febrero de 2014

CÓCTEL

La tarde de hoy era una de esas condenadas a quedar perdidas en el ostracismo. Un anodino, gris y lúgubre puñado de horas de un implacable mes de febrero. De ésas que no pasan precisamente a la historia. Un plomizo y poco prometedor entorno que nada invitaba a abandonar el recogimiento y el estado contemplativo. Y mucho menos a arrastrar un cuerpo que parecía de plomo y ponerlo en movimiento.

Un jueves de los que tocaba series, pero en todo este preámbulo sombrío subyacía algún tipo de mensaje encriptado que quería manifestarse. Algo me susurraba que hoy no era día para congraciarse con la velocidad y el sufrimiento, más aún arrastrando molestias en un tobillo y con síntomas post-febriles.  Algo trataba de decirme que hoy sería una buena idea correr en soledad.

Me he lanzado a los caminos, aunque lanzarse es un verbo pretencioso para definir lo que realmente he hecho en los primeros compases de mi carrera. Me he arrastrado como he podido, pero justo antes de cerrar la puerta de casa y dar la primera zancada y empezar a mojarme bajo esta lluvia que bien parecía anglosajona se me ha ocurrido recurrir a la ayuda del  iPod. ¿Por qué no? Creo que por vanidad e impostura siempre he dicho que prefería salir a correr sin música, oyendo el crujir de las hojas y los latidos de mi ajado corazón, etc, etc. Como si hacerlo con música te rebajase el estatus de corredor o tu nivel de autenticidad quedara mermado…  He mezclado mis dos pasiones, de las que siempre me jacto: correr y música.

Me he creado un cóctel de melancolía perfecta, aunando el Post Rock de grupos como Mogwai, Explosions in the Sky, This Will Destroy You, Caspian (soberbio Waking  Season), pasando por el indie-rock de The National (England, ¡qué tema!). Me he puesto en modo shuffle en todos los sentidos, mis pasos no eran armónicos ni regulares, pero sin embargo el ensimismamiento ha ido in crescendo. Esa música realmente está creada en habitaciones grises, bajo cielos grises y tocada por personas grises. Es perfecta. La lluvia me ha golpeado en la cara y poco a poco, casi sin pensarlo, he ido dirigiéndome por caminos más sinuosos y embarrados, llenos de cuestas abruptas y resbaladizas. La noche ha caído y la música ha persistido con su lánguida cadencia, igual que mi ritmo. Ha llegado la rampa más dura y las guitarras y la potente base rítmica de Caspian han cesado y un piano cobra protagonismo. En un movimiento casi reflejo he movido mi mano con la intención de pasar la canción a algo más animado pero no lo he hecho. He dejado sonar a Ludovico Einaudi y su Divenire. Por un momento he entrado en un súbdito estado de calma, una quietud maravillosa que ha transformado mi cuerpo en un ente liviano, he sentido perder el lastre sobre mi espalda y mi mente, he palpado el olor de la lluvia y he visto en la oscuridad del camino.¡Qué maravilla de composición! Tras la cuesta han empezado a emerger de nuevo las luces de la ciudad, apenas un horizonte indefinido. Las piernas han dejado de dolerme y mis pensamientos han fluido nítidamente.


“Divenire” quiere decir algo así como convertirse, hacerse, mutar un estado, cambiar… que es justo lo que hoy necesitaba. Por etimología, me sugiere devenir. El futuro aún me debe algunas cosas y mientras las espero quiero hacerlo corriendo y escuchando buena música. Sintiendo. Viviendo.