lunes, 10 de noviembre de 2014

La banda sonora de la hora más oscura: DEATH

Quién me lo iba a decir… Hace un tiempo, cuando subir montañas era un juego y correr rápido una rutina más…

Cuando hace unos años calzarse las zapatillas era como darse una ducha o preparar una cena…
Cuando planificar objetivos y apuntarse a carreras era como vestirse por las mañanas para irse a trabajar…

Cuando visitar las páginas webs de material deportivo para decidir la próxima adquisición era más rápido que encender la televisión o abrir un libro…


Hoy estoy sereno.  Hace 19 años pasé por el quirófano para extirpar un fibroma en el fémur izquierdo y mi banda sonora fue Death, la mítica banda de Chuck Schuldiner y su glorioso “Symbolic” . Recuerdo poner el casette que me había comprado en un viaje de estudios de 2º de B.U.P. en un walkman y escuchar el disco tres veces consecutivas, desde la primera hasta la última canción. Aquello me pareció una experiencia mística. Esa guitarra… Esa BC Rich Stealth, esas composiciones tan técnicas, intrincadas e intensas marcarían para siempre mi existencia.

Hoy ya llevo dos semanas escuchando el mismo álbum. No para de sonar en mi cabeza, en el coche, en mi equipo de música, en mi iPod, en mi guitarra eléctrica… Vuelve a convertirse en la banda sonora trascendental de un momento crítico, más esta vez si cabe. Sí, Death es mi banda por excelencia, lo acabo de decidir. Hoy, cuando miro de frente a la posibilidad de dejar de correr, Death vuelve a poner marco sonoro. Mañana, una hora antes de poner mi pierna derecha en manos del cirujano, volverá a sonar el Symbolic. Me sumergiré en esos riffs y esos solos que solo Chuck sabía componer para sucumbir ante esta situación.

Ayer en la puesta de sol contemplé absorto el perfil endiablado de los Alayos, el majestuoso Trevenque, acompañado de su Cerro Huenes, la impasibilidad de la Silleta de Padul… todo ello presidido por la ya blanca Sierra Nevada. Todos tendrán que esperar, o llegar a ser mero paisaje indiferente a mis sentidos. Mis zapatillas tendrán que esperar , o convertirse en calzado para los necesitados.


Mañana la música será mi compañera. Como siempre fue.

lunes, 27 de octubre de 2014

Aturdido

Bien, pues tras 20 años de devota actividad deportiva me dispongo a afrontar un periplo novedoso para mí. Ahora ya no caben falsos dramatismos ni fingidas preocupaciones. Tengo que ir asumiendo que quizá no vuelva a correr. Nadie me lo ha dicho, pero en mi fuero interno sé que es así. Todos me transmiten optimismo al respecto, o tal vez sea incredulidad, en tanto que ellos, tanto como yo, son incapaces de concebirme sin correr. La pesadilla que empezó a finales de febrero está  a punto de extinguirse. Para bien o para mal. Nada de hernias ni nervios ciáticos que valgan, nada de metatarsalgias ni distensión de tibiales ni síndromes compartimentales. Ni hostias.

Después de mucha incertidumbre, negligencias y ansiedad la única vía posible es el quirófano. Una compleja obra quirúrgica que tendrá que reconducir el flujo sanguíneo de mi pierna derecha por otro lugar distinto de mi maltrecha arteria poplítea, que literalmente está reventada. Un doble bypass usando mi vena autóloga para volver a poder sentir la pierna derecha como mía, para volver a intentar andar más de 100 metros, para no volver a sentir espasmos, hormigueos, quemazones y calambres en toda la pantorrilla. Y quizá para volver a correr, sólo quizá.

Ahora esta época es extraña. Trato de autoafianzarme, buscar la confianza perdida, asumir mi inactividad, combatir la ansiedad y abandonarla en el pasado. Sólo me queda esperar la cita con el cirujano vascular y mientras llega tan sólo puedo hacer un ratito de elíptica y trabajar a conciencia el tren superior, todo ello con las vistas puestas en mi futura larga inactividad. Sudor baldío. Ahora no tengo una explícita dependencia física de correr, ahora puedo ver a la gente aprovechando estos magníficos días pseudo-otoñales pateando las calles, montando en sus bicicletas.  Pero me duele ver la montaña. Todos los días mi trayecto laboral me obliga a cruzar la Sierra de Huétor, con su embriagador verdor, sus picos, sus misteriosos pinares… Y siento estrés.  Dormido, sueño que estoy coronando alguna cima, bajando alguna colina a tumba abierta, una melodía de metal vikingo me acompaña y al despertar encuentro el desamparo y la hostia de cruda realidad.

Todo ha quedado en stand-by. Todo está paralizado y muchas veces me apetece ocultarme en algún lugar, huir de lo que sé que soy, de lo que llevo más de media vida haciendo, olvidarme de lo que me gusta y da sentido, de lo que conforma mi yo. Los días se limitan a transcurrir sin pena ni gloria, lentos.


Si miro al horizonte, si me atrevo, diviso un lejano mes de febrero cuando quizá todo haya salido bien y pueda empezar a trotar, cuando me despierte de esta pesadilla que me tiene aturdido y los colores, olores y sabores vuelvan a tener sentido y conformen este difuminado cuadro que es ahora mi vida.

martes, 14 de octubre de 2014

En alguna estación centroeuropea

El cielo seguía plomizo. Oscuro y pesado. Un frío intermitente sacudía sus huesos en una suerte de espasmos eléctricos que le hacía estar alerta,  pendiente de su alrededor. Aunque la realidad es que nadie le prestaba atención. Pasaba tan desapercibido como la lluvia que, una vez más, empezaba a repiquetear en aquel lugar.

Debe de suceder que la desdicha no conoce fronteras ni idiomas. Hacía más de dos meses que Michel había huido de su país, de su gente, de sí mismo. Sólo era consciente de que escapaba, pero no de hacia donde iba. La suerte o más bien el azar le había conducido a aquel lugar del centro de Europa. Seguía en su perpetuo estado de desasosiego.

Sin saber cómo ni por qué, allí se encontraba, apoyado sobre alguna farola, en el andén de alguna estación de tren centroeuropea. Como era habitual, fumaba con caladas cortas y estudiadas, con la mirada huidiza y esquiva de quien se sabe inseguro y fuera de lugar.
Comprobaba sus pertenencias cada 5 minutos: conservaba sus llaves, su cartera, su móvil, su encendedor, su bloc. Repetía el gesto de palparse los bolsillos metódicamente como si existiese la posibilidad de que algún agujero le hiciese perder algo. Se apoyaba en su pie izquierdo, como siempre, manteniendo el derecho ligeramente flexionado.  A veces se detenía a contemplar al resto de viandantes, sus miradas vacías, sus gestos espontáneos, sus rostros de determinación: conocían su destino.

Sabía que iba a coger el enésimo tren. Un tren que le llevaría a otra parte, que trazaría otra línea en el mapa físico al cual era incapaz de pertenecer. Sabía que se detendría en otra ciudad extraña, ajena a su insignificancia en el mundo. Sabía que aquella ciudad le devolvería la misma indiferencia de todas las anteriores, el mismo anonimato, el mismo desamparo, la misma soledad. Muy en su interior, quizá siempre subyacía la certeza del cambio, del punto de inflexión, del momento en que todo se pondría patas arriba y empezase a comprenderlo todo; que la delimitación geográfica era una proyección  de su existencia en el mundo. Puede que sintiera eso el algún momento. Cierta esperanza se dibujaba en el horizonte.

Pero hoy un escalofrío no para de recorrer su médula. Hoy su pasado ha cobrado un realismo inusitado para su consciencia; hoy sus fantasmas son tangibles y parecen acompañarle a cada paso. Todo su infortunio, sus errores y el dolor se han despojado de ese halo de irrealidad y se han hecho visibles. Lo sabe y por eso quiere huir de nuevo.

El denso humo de las fábricas cercanas, las ensordecedoras llamadas por megafonía a los pasajeros, el traqueteo metálico de los vagones y el tráfago de pasajeros yendo y viniendo le han sacudido y se ha puesto en movimiento. Siente que se ahoga, que para respirar necesita moverse. Arroja la colilla al suelo con vehemencia y sale corriendo.


Corre rápido sin importarle si ha perdido las llaves, la cartera, el móvil, el encendedor, el bloc. Quiere perder de vista esa infame estación centroeuropea de tejados encarnados, con sus columnas grises, esos amplios ventanales que no filtran luz, porque la luz y el sol le son desconocidos a esa ciudad, a ese país, a él mismo. Huye sin dirección, sin mirar atrás hasta que una pesada puerta metálica le impide el paso. Ha entrado en un edificio y ha llegado a una puerta sin saber si es de entrada o salida. Como una implacable metáfora de su realidad, su vida se halla estancada delante de una puerta.


No sin esfuerzo, ha conseguido abrirla y a duras penas se precipita por un corredor que lo conduce hacia abajo. Paredes blancas encaladas hace mucho tiempo, desconchadas, agrietadas. Las grietas que dejó atrás y que se le reproducen como células cancerígenas. Siempre ha odiado tocar esa rugosidad de las paredes, una sensación insoportable para sus dedos. Baja los peldaños de esa interminable escalera de dos en dos, de tres en tres, no hay barandilla a la que asirse. Con los ojos entreabiertos va percatándose de que habrá bajado dos o tres plantas. Otra puerta, otra pesada puerta, claramente más estrecha. No sabe por qué, pero tiene que abrirla, atravesarla, dejar atrás todos esos escalones. Sigue descendiendo, un jadeo ahogado y constante que van extenuándole poco a poco. Seis o siete plantas, calcula. La estancia se vuelve cada vez más angosta, un hálito húmedo se introduce en su garganta. Palpa el vacío, casi puede masticar la oscuridad que se ha cernido sobre él. No puede avanzar, no puede retroceder, rasga con sus uñas las paredes mientras apenas puede articular sus últimas palabras… Aquellas palabras que siempre supo que tuvo que haber pronunciado mucho tiempo atrás…

domingo, 10 de agosto de 2014

BELIEVER

      Hoy hace no sé cuántos días he vuelto a darme una vuelta por el universo bloguero. Unos minutillos nada más. He leído superficialmente algunas entradas de amigos corredores (sólo superficialmente, espero que sepan excusarme) y en general me he aburrido. Así de contundente lo expreso (excusadme de nuevo).  Ya no me entretiene leer sobre correr, como tampoco me apetece escribir sobre el tema, claro. Éste, mi blog, debería cambiar de nombre,  por cuanto ya no me apasiona contar los gozos y sinsabores de mi actividad motor vital. Sigo necesitando correr, por supuesto, casi a diario, pero ya estoy agotado. Este espacio está anquilosado, tanto como mi puñetero pie derecho. Y es que una vez transcurridos 6 meses desde que detecté esta molestia parece inevitable arrojar la toalla. Estoy harto. Fisioterapeutas, osteópatas, traumatólogos, podólogos –con los euros que conllevan- y cientos de artículos online no dan respuesta a mi maldición. Tiene mil nombres, miles posibles causantes, detonantes, problemas biomecánicos irremediables, hernias discales, artrosis, acortamientos de sóleo y peroneo,  pisada deficiente….  Pero ¿y las soluciones? Castillos en el aire. Infiltraciones, nuevas plantillas, cirugía, o el siempre polivalente consejo traumatológico de “deje usted de correr” son insuficientes.

     Sigo corriendo. Sigo sufriendo cada vez que salgo. En un recorrido de una hora tengo que parar al menos tres veces, descalzarme, masajearme la planta del pie y proseguir. Así todos los días.  Cada día con la vista puesta en el sol, buscando la luz de la esperanza que me dice “hoy será el día”. Pero el ansiado milagro no llega. Todos los días el dolor. Sigo pisando mis montes, el único lugar que me hace evadirme y poder masticar la felicidad por unas horas, donde en cada bajada técnica sigo divirtiéndome esquivando raíces y piedras, aun a sabiendas que al terminar el dolor será insoportable. No puedo dejar de correr. Tampoco me lo han prohibido. He estado tan derrotado con esta lesión que estaba dispuesto a cumplir la abstinencia que hiciese falta.

 Y en este desasosiego, esta incertidumbre, de este alambre sigo pendiendo, en un difícil equilibrio mental y físico que supone asimilar una verdad que quizá no quiero ni puedo ver, mintiendo a mi mente con otros estímulos externos, engañándome a mí mismo.

Hay miles de corredores pero pocos tan dependientes como yo. Puedo asumir no correr más carreras, no sentir la competición en la sangre, puedo asumir no hacer grandes desafíos… pero no cortar drásticamente con mi batería, mi energía, mi oxígeno. Seguiré saliendo a correr en cualquier condición hasta que sea totalmente imposible dar un paso más. Seguiré desencantado con tantos profesionales que son incapaces de comprenderme y de curarme, seguiré mintiéndome efímeramente con otros sucedáneos estivales, y seguiré creyendo en el milagro. Porque en el fondo soy un creyente.

lunes, 19 de mayo de 2014

ULTRAFONDO EN LA BASE AÉREA DE ARMILLA

Se lleva el ultrafondo. Y los Ironmen (porque con uno solo no basta). Y las Extreme Bike Races. Y el machaque a tutiplén en toda disciplina deportiva que se precie –el otro día vi a dos zumbados reventándose mutuamente en la playa jugando a las palas, más parecía un combate a muerte, “A trial by combat!”-. Ya no basta con mantenerse en forma y la operación bikini ha quedado ya obsoleta. Ahora toca exprimirse, amigos, sentir dolor y agonía y sudar de lo lindo. Y con ello no hay que olvidarse de ir bien equipados, armados hasta los dientes, que no falte un complemento y no descuidar la nutrición deportiva. Que te vas a marcar una carrerita por la base aérea de 10km, no olvides la mochila de hidratación, las zapatillas de trail –no hay que confiarse ante tanta gravilla suelta, por no hablar de los surcos producidos por la lluvia pretérita-,  la gorra-visera (preferiblemente con el slogan de Ironman, o Compressport como poco), un gps última generación con un buen altímetro ( la base engaña, parece llana, pero engaña). También es importante lucir emblemas que acongojen a tus rivales, infundir respeto nunca fue baladí, que se lo digan a Vlad Tepes, por lo que lucir algún tatuaje en plan tribal y una barba espartana pueden ser de gran ayuda para que tus rivales te miren con temor y admiración, al tiempo que te abren paso temerosamente ante tu grácil zancada.

Si eres chica, más te valdría no ser pusilánime ni anodina. Cíñete bien, tanto que tus curvas parezcan trazados imposibles,  lleva tops ultra cortos con escotes generosos, luce coleta caballuna y maquíllate sutilmente. ¡Ah! Lleva algo rosa. El éxito y los tropezones masculinos están asegurados.
Luce y presume de perro. No lleves un chucho cualquiera. Como mínimo, un Retriever te hará parecer El Señor de las Bestias (¡Ese Marc Singer y su pantera!).  Átalo corto, pero suelta un poco la correa ante la llegada de algún indeseable que desafíe tu camino. ¡Que tenga que saltar!

Date el lujo de a mitad de tu ultra-race ( km 5.5 ) pararte a marcarte unas abdominales, o unas dominadas, sin obviar los aparatitos de gimnasia de la tercera edad. Si el cubano ése colgado que salía en Cuatro podía entrenar en una obra ,¿qué no podrás hacer tú con tanto chisme sofisticado?
Cuando termines tus 10 kms, ni se te ocurra olvidarte de un buen batido de proteínas y no tomar hidratos de carbono si no vas a competir al día siguiente. Un baño de hielo ayudará a tus maltrechas piernas y una pastilla de glutamina te ayudará a dormir como un angelito.



Y mientras el machaque está top-trendy, yo me hago un ovillo y empiezo a pasar de casi todo lo que implique desgaste deportivo. Estoy lesionado y casi no me apetece averiguar qué me pasa. Estoy aburrido de esta situación y me he acostumbrado a ello. Y oiga, tiene su qué.  Estoy tranquilo, corro lo que me deja el pie, que es bien poco, el cuerpo me pide otra cosa y yo se la doy. Así de simple. Confío en que el mal que solo vino, solo se irá y así pasan los días, las semanas,  y veo a mis compañeros entrenar, hacer ultras y competir en montaña, y…¡contemplo el ultratrail en la base!

martes, 8 de abril de 2014

LESIÓN ANTIESTRÉS


Somos animales de costumbres. Nos adaptamos a los cambios, moldeamos nuestros hábitos y aceptamos con mayor o menor gloria el devenir cotidiano. En el universo runner uno puede estar en la cúspide de su modesta aspiración deportiva, esto es, puede estar entrenando bien, teniendo buenas sensaciones, buscando nuevos retos, ávido de nuevo material deportivo por adquirir, puede investigar todas y cada unas de las muchas pruebas que nutren el calendario para comprobar qué marca ha conseguido fulano o mengano. Uno puede planificar las semanas, contar los kilómetros o el desnivel positivo acumulado, puede mirar a un futuro no muy lejano y verse ascendiendo cimas de otras latitudes....

... O puede acostumbrarse a una lesión, asumir que no estás para trotes, borrarte de las carreras venideras y salir a trotar con dificultades y molestias cuando buenamente puedes y/o quieres. Y ahí está el quid de la cuestión. ¿Soy más feliz ahora o antes? ¿Me siento mal por no sentirme competitivo? Indudablemente, estoy más tranquilo. Es un estado contradictorio, pero perder la noción del entrenamiento superado y la amenaza de un objetivo te relaja. Aceptas. Asumes.

Ahora ni tengo prisas por averiguar la raíz de esta maldita y extraña lesión que hace que a veces pueda correr con una leve molestia en el pie y otras me pare en seco a los 10 minutos. No hay diagnóstico aún, ni el fisio ha atinado precisamente. ¿Qué más da? El tiempo -supongo- devolverá todo a la normalidad, las molestias desaparecerán igual que vinieron. Sé que algo no marcha: lumbalgias imposibles, dolores de isquios, sóleo a punto de explotar, planta del pie petrificada... Pero esa certeza me tranquiliza.

Lo que todo esto me suscita es una pregunta que lanzo al vacío: ¿Son necesarias las lesiones? No hablo dentro de una temporada en concreto, sino de un espacio de tiempo más amplio. No he tenido mi mejor año -ni de lejos-, ni en volumen de entrenamiento ni en nivel competitivo, y sin embargo esta inoportuna lesión (¿o quizá oportuna?) me está transportando a lo esencial de todo: correr por correr, tranquilo, disfrutando, sin dorsal, sin agonía.
Pero muy a mi pesar,a pesar de este extraño estado de ensimismamiento y tranquilidad , una duda terrible subyace: ¿Cuándo coño voy a estar bien de una vez?

martes, 18 de marzo de 2014

De nuevo al pozo

Lo peor que le puede pasar a un corredor no es sentir la frustración de no haber batido su marca, ni siquiera de saberse superado por sus rivales o colegas de entrenamiento. Tampoco es sufrir un período de sobreentrenamiento, o de un deficiente estado de forma. No es estar plagado de ampollas cada vez que sales a entrenar y las dichosas zapatillas no acaban de amoldarse a los pies. No es tener que perderse algún evento importante por cualquier motivo externo, ni tener que sacrificar alguna prueba por una saturación del calendario. Tampoco es lo peor sufrir unos calambres momentáneos, una pájara en la parte final de una carrera, unos vómitos...  Lo peor que puede sentir un corredor es no poder correr. La rotunda imposibilidad de realizar la actividad que conforma tu equilibrio físico y emocional. 

      Sí, estamos otra vez en el pozo. Aún no sé su profundidad, pero pozo es, al fin y al cabo. He dicho adiós a una carrera importante y quién sabe a cuántas más, he perdido la forma que con tanto sacrificio iba adquiriendo monte arriba y monte abajo, he dejado de sentirme ligero y ágil, pero lejos de todas estas nimiedades lo que realmente me hace saborear el polvo es intentar correr y no poder, junto con la incertidumbre. La incertidumbre, en cualquier situación dolorosa o crítica en la vida, es la auténtica medidora de nuestro nivel de tolerancia y perseverancia. Es la duda la que te pone realmente a prueba, no la certeza de lo imposible o lo inevitable. Me da igual todo lo expuesto hasta ahora, solo lamento simplemente no poder poner mi cuerpo en movimiento y poner un pie delante del otro durante al menos 1 hora. Es la espera de un diagnóstico la que corroe mis entrañas y me hace estar sumido en un constante estado de intranquilidad. Es en estos momentos cuando todo se tambalea, la geometría se desdibuja y las perspectivas se confunden.


      En esta situación sale a relucir el verdadero yo, me quedo desnudo y soy tan explícito que puedes descifrarme con una mirada de soslayo. Queda de manifiesto que la seguridad y la fortaleza mental penden de un hilo que calza zapatillas.

        Que correr es maravilloso es una falacia. Correr es una necesidad y crea tanta dependencia como la más adictiva de las drogas.

jueves, 13 de febrero de 2014

CÓCTEL

La tarde de hoy era una de esas condenadas a quedar perdidas en el ostracismo. Un anodino, gris y lúgubre puñado de horas de un implacable mes de febrero. De ésas que no pasan precisamente a la historia. Un plomizo y poco prometedor entorno que nada invitaba a abandonar el recogimiento y el estado contemplativo. Y mucho menos a arrastrar un cuerpo que parecía de plomo y ponerlo en movimiento.

Un jueves de los que tocaba series, pero en todo este preámbulo sombrío subyacía algún tipo de mensaje encriptado que quería manifestarse. Algo me susurraba que hoy no era día para congraciarse con la velocidad y el sufrimiento, más aún arrastrando molestias en un tobillo y con síntomas post-febriles.  Algo trataba de decirme que hoy sería una buena idea correr en soledad.

Me he lanzado a los caminos, aunque lanzarse es un verbo pretencioso para definir lo que realmente he hecho en los primeros compases de mi carrera. Me he arrastrado como he podido, pero justo antes de cerrar la puerta de casa y dar la primera zancada y empezar a mojarme bajo esta lluvia que bien parecía anglosajona se me ha ocurrido recurrir a la ayuda del  iPod. ¿Por qué no? Creo que por vanidad e impostura siempre he dicho que prefería salir a correr sin música, oyendo el crujir de las hojas y los latidos de mi ajado corazón, etc, etc. Como si hacerlo con música te rebajase el estatus de corredor o tu nivel de autenticidad quedara mermado…  He mezclado mis dos pasiones, de las que siempre me jacto: correr y música.

Me he creado un cóctel de melancolía perfecta, aunando el Post Rock de grupos como Mogwai, Explosions in the Sky, This Will Destroy You, Caspian (soberbio Waking  Season), pasando por el indie-rock de The National (England, ¡qué tema!). Me he puesto en modo shuffle en todos los sentidos, mis pasos no eran armónicos ni regulares, pero sin embargo el ensimismamiento ha ido in crescendo. Esa música realmente está creada en habitaciones grises, bajo cielos grises y tocada por personas grises. Es perfecta. La lluvia me ha golpeado en la cara y poco a poco, casi sin pensarlo, he ido dirigiéndome por caminos más sinuosos y embarrados, llenos de cuestas abruptas y resbaladizas. La noche ha caído y la música ha persistido con su lánguida cadencia, igual que mi ritmo. Ha llegado la rampa más dura y las guitarras y la potente base rítmica de Caspian han cesado y un piano cobra protagonismo. En un movimiento casi reflejo he movido mi mano con la intención de pasar la canción a algo más animado pero no lo he hecho. He dejado sonar a Ludovico Einaudi y su Divenire. Por un momento he entrado en un súbdito estado de calma, una quietud maravillosa que ha transformado mi cuerpo en un ente liviano, he sentido perder el lastre sobre mi espalda y mi mente, he palpado el olor de la lluvia y he visto en la oscuridad del camino.¡Qué maravilla de composición! Tras la cuesta han empezado a emerger de nuevo las luces de la ciudad, apenas un horizonte indefinido. Las piernas han dejado de dolerme y mis pensamientos han fluido nítidamente.


“Divenire” quiere decir algo así como convertirse, hacerse, mutar un estado, cambiar… que es justo lo que hoy necesitaba. Por etimología, me sugiere devenir. El futuro aún me debe algunas cosas y mientras las espero quiero hacerlo corriendo y escuchando buena música. Sintiendo. Viviendo.





lunes, 13 de enero de 2014

RUNNING BOOM


Somos legión. El running ha invadido pueblos, ciudades y hasta montañas. Atrás quedan los recuerdos de las mañanas melancólicas post-resaca de domingo, la gente aún desparramada por las calles, procedentes de algún tugurio y con evidentes síntomas de trasnocho. Ese panorama ya constituye una minoría, un grupo en extinción absorbido por las hordas de corredores y ciclistas matutinos que se disponen a horas intempestivas a devorar kilómetros y sudar de lo lindo.

 Se lleva la vida sana. Cada vez fuma menos gente, hay menos accidentes de tráfico y el material deportivo está en auge, por no hablar de las carreras. Carreras, carreras, carreras. Echa un vistazo a un calendario de este deporte y te verás abrumado por una cantidad de pruebas difícil de digerir. Las quieres correr casi todas, consultas tu agenda, es imposible, haces cuentas, decides inscribirte a una que tendrá lugar en unos meses y... ¡zas! las plazas ya están agotadas. Hay cientos y miles de personas dispuestas a correr un domingo más de 60 kms. Ya no hay pueblo que se precie que no disponga de su carrera popular, o de su trail, que últimamente consiste básicamente en salir a correr fuera de las calles asfaltadas, sean carriles, ramblas, veredas, huertas, fincas de olivos... 


Hasta hace unas semanas esto me llevaba a una reflexión unilateral: la crisis. Los gimnasios son caros, los vicios también, luego la gente empieza a correr. Por ello se organizan más carreras. Por ello hay negocio. Por ello las tiendas venden más zapatillas a precios escandalosos a corredores noveles dispuestos a desembolsar 130 euros por lo que le han vendido como “solución a tu hiperpronación severa”. Donde antes corrías con 150 corredores más, ahora lo haces con 700. 


Y las carreras benéficas. Y la causa lucrativa oculta tras el altruismo. Y los gallitos, esos populares con marcas insuficientes para correr con la elite pero que se pavonean con aires de semidioses por las carrerillas de los pueblos. ¡Y cómo los miran los noveles! 

La gente que empieza tiene ilusión, cualquier progreso es digno de admiración y las endorfinas se disparan sin parar cada vez que se calzan sus nuevas Asics Gel Nimbus de 140 euros y consiguen recorrer 2 kilómetros más que el día anterior. Ya están buscando sus próximas mallas largas, o su primer gps. Correr es maravilloso y se preguntan cómo no lo han descubierto antes. ¡Cuántas y cuántas horas desperdiciadas! Animan a sus conocidos a empezar a correr, les cuentan las bondades de un deporte que está de moda, les vacilan sobre su marca en el diezmil del pasado domingo, se jactan de que en unos meses debutarán en media maratón y quién sabe si algún día Filípides los abrazará. Y les han contado que hay una modalidad de correr por el monte que se llama “trail” y que es la leche.

Qué demonios. Yo siempre he sido de esos. Siempre he hecho lo mismo. Siempre digo que correr es el fundamento de mi vida. De hecho, es un modo de vida, pero qué pocos se atreven a decir que es un deporte ingrato, duro, que de cada 5 salidas, disfrutas como mucho dos, que muchas veces sales sin ganas y vas agobiado pensando en lo mal que vas, que no estás fino, que ya no tienes ese pico de forma, que alcanzar dicho pico lleva meses, pero se tardan un par de semanas de excesos en perderlo. Sí, con el tiempo se instaura en ti una convicción ambivalente: sufres cuando estás mal, maldices correr, pero jamás te planteas dejarlo. Tras una decepción un domingo, no tienes dudas de que el lunes volverás a calzarte las zapatillas. Miras la clasificación de la carrera anterior y sientes vergüenza y autocompasión. ¡Pero cómo se puede correr tan mal! ¡Pero cómo me ha ganado ése!

Cada vez corremos más. Y definitivamente he conseguido aclararme: pienso que es bueno este boom del running. Los que empiezan aportan la energía, optimismo e ilusión que corredores más veteranos como yo pierden cada semana, progresiva e inexorablemente.