martes, 17 de febrero de 2015

Por la puerta de atrás

Mi  actividad bloguera lleva tanto tiempo estancada que ya casi siento vergüenza de mantener activo un espacio virtual con un nombre tan jodidamente explícito. Han pasado muchos meses, ya un año, y los eternos vaivenes en mi moral de corredor han llegado a su límite. La incredulidad de al principio se volvió temor con el tiempo y finalmente se ha convertido en realidad: es hora de ir asumiendo la situación y comprender lo incomprensible. Una macabra jugada del destino hace que padezca algún tipo extraño ( a día de hoy sigue siendo extraño ) de dolencia, enfermedad, síndrome, o vete a saber qué que me impide correr, me impide disfrutar.

He peregrinado por médicos y fisioterapeutas de toda índole, desde chapuceros hasta excelentes. He sufrido una operación de más de 5 horas en la que se me ha abierto la pierna en canal, se me ha practicado una obra imposible de ingeniería en mi arteria poplítea, ha pasado un tiempo de esperanza, de ilusión, ése indescriptible que se siente cuanto algo bueno está a punto de comenzar, me lo he creído, he luchado y definitivamente no mejoro.  Persisten los síntomas, peligrosamente cada vez más parecidos a los que padecía antes de la intervención, el pie sigue claudicando, sigo “perdiendo” los dedos del pie derecho y los músculos de la pantorrilla se hinchan. Incluso pareciera que la sintomatología se extienda a los dedos de la mano derecha…

Se trata de algo más que correr. Nadie mejor que yo lo sabe. No es practicar un hobby. Sencillamente no concibo mi vida sin la extenuante y dulce sensación de estar corriendo durante horas. Llevo un mes mintiéndome, intentándolo, saliendo a menudo con ilusión, adquiriendo nuevos pares de zapatillas, de ropa técnica… volviendo a los lugares donde soy feliz, coronando las cimas que siento como mías. No se puede de esta forma. No puedo seguir cerrando los ojos y vislumbrar futuras y lejanas carreras que nunca llegarán, entrenamientos largos con amigos a los que sinceramente ya no puedo seguir.

Sigo dejando mi devenir en manos de la medicina, sigo concienzudamente asistiendo a las citas médicas, sometiéndome a las pertinentes pruebas para hallar este misterio.  Hago todo lo que está en mi mano pero junto con la desesperación meramente deportiva va de la mano la mental, el sentirse en lugar de nadie, de baja laboral, de baja deportiva, de baja personal. Una carrera de fondo sin final, llena de obstáculos. Esta es la historia, así es el resumen. Todo por hacer, nada por resolver.


Mi necesidad de correr sigue intacta, y mucho me temo que eso seguirá siendo así, pero esta es mi última entrada en este blog, mi última alusión a  esta religión que con fervor he profesado 20 años.

lunes, 10 de noviembre de 2014

La banda sonora de la hora más oscura: DEATH

Quién me lo iba a decir… Hace un tiempo, cuando subir montañas era un juego y correr rápido una rutina más…

Cuando hace unos años calzarse las zapatillas era como darse una ducha o preparar una cena…
Cuando planificar objetivos y apuntarse a carreras era como vestirse por las mañanas para irse a trabajar…

Cuando visitar las páginas webs de material deportivo para decidir la próxima adquisición era más rápido que encender la televisión o abrir un libro…


Hoy estoy sereno.  Hace 19 años pasé por el quirófano para extirpar un fibroma en el fémur izquierdo y mi banda sonora fue Death, la mítica banda de Chuck Schuldiner y su glorioso “Symbolic” . Recuerdo poner el casette que me había comprado en un viaje de estudios de 2º de B.U.P. en un walkman y escuchar el disco tres veces consecutivas, desde la primera hasta la última canción. Aquello me pareció una experiencia mística. Esa guitarra… Esa BC Rich Stealth, esas composiciones tan técnicas, intrincadas e intensas marcarían para siempre mi existencia.

Hoy ya llevo dos semanas escuchando el mismo álbum. No para de sonar en mi cabeza, en el coche, en mi equipo de música, en mi iPod, en mi guitarra eléctrica… Vuelve a convertirse en la banda sonora trascendental de un momento crítico, más esta vez si cabe. Sí, Death es mi banda por excelencia, lo acabo de decidir. Hoy, cuando miro de frente a la posibilidad de dejar de correr, Death vuelve a poner marco sonoro. Mañana, una hora antes de poner mi pierna derecha en manos del cirujano, volverá a sonar el Symbolic. Me sumergiré en esos riffs y esos solos que solo Chuck sabía componer para sucumbir ante esta situación.

Ayer en la puesta de sol contemplé absorto el perfil endiablado de los Alayos, el majestuoso Trevenque, acompañado de su Cerro Huenes, la impasibilidad de la Silleta de Padul… todo ello presidido por la ya blanca Sierra Nevada. Todos tendrán que esperar, o llegar a ser mero paisaje indiferente a mis sentidos. Mis zapatillas tendrán que esperar , o convertirse en calzado para los necesitados.


Mañana la música será mi compañera. Como siempre fue.

lunes, 27 de octubre de 2014

Aturdido

Bien, pues tras 20 años de devota actividad deportiva me dispongo a afrontar un periplo novedoso para mí. Ahora ya no caben falsos dramatismos ni fingidas preocupaciones. Tengo que ir asumiendo que quizá no vuelva a correr. Nadie me lo ha dicho, pero en mi fuero interno sé que es así. Todos me transmiten optimismo al respecto, o tal vez sea incredulidad, en tanto que ellos, tanto como yo, son incapaces de concebirme sin correr. La pesadilla que empezó a finales de febrero está  a punto de extinguirse. Para bien o para mal. Nada de hernias ni nervios ciáticos que valgan, nada de metatarsalgias ni distensión de tibiales ni síndromes compartimentales. Ni hostias.

Después de mucha incertidumbre, negligencias y ansiedad la única vía posible es el quirófano. Una compleja obra quirúrgica que tendrá que reconducir el flujo sanguíneo de mi pierna derecha por otro lugar distinto de mi maltrecha arteria poplítea, que literalmente está reventada. Un doble bypass usando mi vena autóloga para volver a poder sentir la pierna derecha como mía, para volver a intentar andar más de 100 metros, para no volver a sentir espasmos, hormigueos, quemazones y calambres en toda la pantorrilla. Y quizá para volver a correr, sólo quizá.

Ahora esta época es extraña. Trato de autoafianzarme, buscar la confianza perdida, asumir mi inactividad, combatir la ansiedad y abandonarla en el pasado. Sólo me queda esperar la cita con el cirujano vascular y mientras llega tan sólo puedo hacer un ratito de elíptica y trabajar a conciencia el tren superior, todo ello con las vistas puestas en mi futura larga inactividad. Sudor baldío. Ahora no tengo una explícita dependencia física de correr, ahora puedo ver a la gente aprovechando estos magníficos días pseudo-otoñales pateando las calles, montando en sus bicicletas.  Pero me duele ver la montaña. Todos los días mi trayecto laboral me obliga a cruzar la Sierra de Huétor, con su embriagador verdor, sus picos, sus misteriosos pinares… Y siento estrés.  Dormido, sueño que estoy coronando alguna cima, bajando alguna colina a tumba abierta, una melodía de metal vikingo me acompaña y al despertar encuentro el desamparo y la hostia de cruda realidad.

Todo ha quedado en stand-by. Todo está paralizado y muchas veces me apetece ocultarme en algún lugar, huir de lo que sé que soy, de lo que llevo más de media vida haciendo, olvidarme de lo que me gusta y da sentido, de lo que conforma mi yo. Los días se limitan a transcurrir sin pena ni gloria, lentos.


Si miro al horizonte, si me atrevo, diviso un lejano mes de febrero cuando quizá todo haya salido bien y pueda empezar a trotar, cuando me despierte de esta pesadilla que me tiene aturdido y los colores, olores y sabores vuelvan a tener sentido y conformen este difuminado cuadro que es ahora mi vida.

martes, 14 de octubre de 2014

En alguna estación centroeuropea

El cielo seguía plomizo. Oscuro y pesado. Un frío intermitente sacudía sus huesos en una suerte de espasmos eléctricos que le hacía estar alerta,  pendiente de su alrededor. Aunque la realidad es que nadie le prestaba atención. Pasaba tan desapercibido como la lluvia que, una vez más, empezaba a repiquetear en aquel lugar.

Debe de suceder que la desdicha no conoce fronteras ni idiomas. Hacía más de dos meses que Michel había huido de su país, de su gente, de sí mismo. Sólo era consciente de que escapaba, pero no de hacia donde iba. La suerte o más bien el azar le había conducido a aquel lugar del centro de Europa. Seguía en su perpetuo estado de desasosiego.

Sin saber cómo ni por qué, allí se encontraba, apoyado sobre alguna farola, en el andén de alguna estación de tren centroeuropea. Como era habitual, fumaba con caladas cortas y estudiadas, con la mirada huidiza y esquiva de quien se sabe inseguro y fuera de lugar.
Comprobaba sus pertenencias cada 5 minutos: conservaba sus llaves, su cartera, su móvil, su encendedor, su bloc. Repetía el gesto de palparse los bolsillos metódicamente como si existiese la posibilidad de que algún agujero le hiciese perder algo. Se apoyaba en su pie izquierdo, como siempre, manteniendo el derecho ligeramente flexionado.  A veces se detenía a contemplar al resto de viandantes, sus miradas vacías, sus gestos espontáneos, sus rostros de determinación: conocían su destino.

Sabía que iba a coger el enésimo tren. Un tren que le llevaría a otra parte, que trazaría otra línea en el mapa físico al cual era incapaz de pertenecer. Sabía que se detendría en otra ciudad extraña, ajena a su insignificancia en el mundo. Sabía que aquella ciudad le devolvería la misma indiferencia de todas las anteriores, el mismo anonimato, el mismo desamparo, la misma soledad. Muy en su interior, quizá siempre subyacía la certeza del cambio, del punto de inflexión, del momento en que todo se pondría patas arriba y empezase a comprenderlo todo; que la delimitación geográfica era una proyección  de su existencia en el mundo. Puede que sintiera eso el algún momento. Cierta esperanza se dibujaba en el horizonte.

Pero hoy un escalofrío no para de recorrer su médula. Hoy su pasado ha cobrado un realismo inusitado para su consciencia; hoy sus fantasmas son tangibles y parecen acompañarle a cada paso. Todo su infortunio, sus errores y el dolor se han despojado de ese halo de irrealidad y se han hecho visibles. Lo sabe y por eso quiere huir de nuevo.

El denso humo de las fábricas cercanas, las ensordecedoras llamadas por megafonía a los pasajeros, el traqueteo metálico de los vagones y el tráfago de pasajeros yendo y viniendo le han sacudido y se ha puesto en movimiento. Siente que se ahoga, que para respirar necesita moverse. Arroja la colilla al suelo con vehemencia y sale corriendo.


Corre rápido sin importarle si ha perdido las llaves, la cartera, el móvil, el encendedor, el bloc. Quiere perder de vista esa infame estación centroeuropea de tejados encarnados, con sus columnas grises, esos amplios ventanales que no filtran luz, porque la luz y el sol le son desconocidos a esa ciudad, a ese país, a él mismo. Huye sin dirección, sin mirar atrás hasta que una pesada puerta metálica le impide el paso. Ha entrado en un edificio y ha llegado a una puerta sin saber si es de entrada o salida. Como una implacable metáfora de su realidad, su vida se halla estancada delante de una puerta.


No sin esfuerzo, ha conseguido abrirla y a duras penas se precipita por un corredor que lo conduce hacia abajo. Paredes blancas encaladas hace mucho tiempo, desconchadas, agrietadas. Las grietas que dejó atrás y que se le reproducen como células cancerígenas. Siempre ha odiado tocar esa rugosidad de las paredes, una sensación insoportable para sus dedos. Baja los peldaños de esa interminable escalera de dos en dos, de tres en tres, no hay barandilla a la que asirse. Con los ojos entreabiertos va percatándose de que habrá bajado dos o tres plantas. Otra puerta, otra pesada puerta, claramente más estrecha. No sabe por qué, pero tiene que abrirla, atravesarla, dejar atrás todos esos escalones. Sigue descendiendo, un jadeo ahogado y constante que van extenuándole poco a poco. Seis o siete plantas, calcula. La estancia se vuelve cada vez más angosta, un hálito húmedo se introduce en su garganta. Palpa el vacío, casi puede masticar la oscuridad que se ha cernido sobre él. No puede avanzar, no puede retroceder, rasga con sus uñas las paredes mientras apenas puede articular sus últimas palabras… Aquellas palabras que siempre supo que tuvo que haber pronunciado mucho tiempo atrás…

domingo, 10 de agosto de 2014

BELIEVER

      Hoy hace no sé cuántos días he vuelto a darme una vuelta por el universo bloguero. Unos minutillos nada más. He leído superficialmente algunas entradas de amigos corredores (sólo superficialmente, espero que sepan excusarme) y en general me he aburrido. Así de contundente lo expreso (excusadme de nuevo).  Ya no me entretiene leer sobre correr, como tampoco me apetece escribir sobre el tema, claro. Éste, mi blog, debería cambiar de nombre,  por cuanto ya no me apasiona contar los gozos y sinsabores de mi actividad motor vital. Sigo necesitando correr, por supuesto, casi a diario, pero ya estoy agotado. Este espacio está anquilosado, tanto como mi puñetero pie derecho. Y es que una vez transcurridos 6 meses desde que detecté esta molestia parece inevitable arrojar la toalla. Estoy harto. Fisioterapeutas, osteópatas, traumatólogos, podólogos –con los euros que conllevan- y cientos de artículos online no dan respuesta a mi maldición. Tiene mil nombres, miles posibles causantes, detonantes, problemas biomecánicos irremediables, hernias discales, artrosis, acortamientos de sóleo y peroneo,  pisada deficiente….  Pero ¿y las soluciones? Castillos en el aire. Infiltraciones, nuevas plantillas, cirugía, o el siempre polivalente consejo traumatológico de “deje usted de correr” son insuficientes.

     Sigo corriendo. Sigo sufriendo cada vez que salgo. En un recorrido de una hora tengo que parar al menos tres veces, descalzarme, masajearme la planta del pie y proseguir. Así todos los días.  Cada día con la vista puesta en el sol, buscando la luz de la esperanza que me dice “hoy será el día”. Pero el ansiado milagro no llega. Todos los días el dolor. Sigo pisando mis montes, el único lugar que me hace evadirme y poder masticar la felicidad por unas horas, donde en cada bajada técnica sigo divirtiéndome esquivando raíces y piedras, aun a sabiendas que al terminar el dolor será insoportable. No puedo dejar de correr. Tampoco me lo han prohibido. He estado tan derrotado con esta lesión que estaba dispuesto a cumplir la abstinencia que hiciese falta.

 Y en este desasosiego, esta incertidumbre, de este alambre sigo pendiendo, en un difícil equilibrio mental y físico que supone asimilar una verdad que quizá no quiero ni puedo ver, mintiendo a mi mente con otros estímulos externos, engañándome a mí mismo.

Hay miles de corredores pero pocos tan dependientes como yo. Puedo asumir no correr más carreras, no sentir la competición en la sangre, puedo asumir no hacer grandes desafíos… pero no cortar drásticamente con mi batería, mi energía, mi oxígeno. Seguiré saliendo a correr en cualquier condición hasta que sea totalmente imposible dar un paso más. Seguiré desencantado con tantos profesionales que son incapaces de comprenderme y de curarme, seguiré mintiéndome efímeramente con otros sucedáneos estivales, y seguiré creyendo en el milagro. Porque en el fondo soy un creyente.

lunes, 19 de mayo de 2014

ULTRAFONDO EN LA BASE AÉREA DE ARMILLA

Se lleva el ultrafondo. Y los Ironmen (porque con uno solo no basta). Y las Extreme Bike Races. Y el machaque a tutiplén en toda disciplina deportiva que se precie –el otro día vi a dos zumbados reventándose mutuamente en la playa jugando a las palas, más parecía un combate a muerte, “A trial by combat!”-. Ya no basta con mantenerse en forma y la operación bikini ha quedado ya obsoleta. Ahora toca exprimirse, amigos, sentir dolor y agonía y sudar de lo lindo. Y con ello no hay que olvidarse de ir bien equipados, armados hasta los dientes, que no falte un complemento y no descuidar la nutrición deportiva. Que te vas a marcar una carrerita por la base aérea de 10km, no olvides la mochila de hidratación, las zapatillas de trail –no hay que confiarse ante tanta gravilla suelta, por no hablar de los surcos producidos por la lluvia pretérita-,  la gorra-visera (preferiblemente con el slogan de Ironman, o Compressport como poco), un gps última generación con un buen altímetro ( la base engaña, parece llana, pero engaña). También es importante lucir emblemas que acongojen a tus rivales, infundir respeto nunca fue baladí, que se lo digan a Vlad Tepes, por lo que lucir algún tatuaje en plan tribal y una barba espartana pueden ser de gran ayuda para que tus rivales te miren con temor y admiración, al tiempo que te abren paso temerosamente ante tu grácil zancada.

Si eres chica, más te valdría no ser pusilánime ni anodina. Cíñete bien, tanto que tus curvas parezcan trazados imposibles,  lleva tops ultra cortos con escotes generosos, luce coleta caballuna y maquíllate sutilmente. ¡Ah! Lleva algo rosa. El éxito y los tropezones masculinos están asegurados.
Luce y presume de perro. No lleves un chucho cualquiera. Como mínimo, un Retriever te hará parecer El Señor de las Bestias (¡Ese Marc Singer y su pantera!).  Átalo corto, pero suelta un poco la correa ante la llegada de algún indeseable que desafíe tu camino. ¡Que tenga que saltar!

Date el lujo de a mitad de tu ultra-race ( km 5.5 ) pararte a marcarte unas abdominales, o unas dominadas, sin obviar los aparatitos de gimnasia de la tercera edad. Si el cubano ése colgado que salía en Cuatro podía entrenar en una obra ,¿qué no podrás hacer tú con tanto chisme sofisticado?
Cuando termines tus 10 kms, ni se te ocurra olvidarte de un buen batido de proteínas y no tomar hidratos de carbono si no vas a competir al día siguiente. Un baño de hielo ayudará a tus maltrechas piernas y una pastilla de glutamina te ayudará a dormir como un angelito.



Y mientras el machaque está top-trendy, yo me hago un ovillo y empiezo a pasar de casi todo lo que implique desgaste deportivo. Estoy lesionado y casi no me apetece averiguar qué me pasa. Estoy aburrido de esta situación y me he acostumbrado a ello. Y oiga, tiene su qué.  Estoy tranquilo, corro lo que me deja el pie, que es bien poco, el cuerpo me pide otra cosa y yo se la doy. Así de simple. Confío en que el mal que solo vino, solo se irá y así pasan los días, las semanas,  y veo a mis compañeros entrenar, hacer ultras y competir en montaña, y…¡contemplo el ultratrail en la base!

martes, 8 de abril de 2014

LESIÓN ANTIESTRÉS


Somos animales de costumbres. Nos adaptamos a los cambios, moldeamos nuestros hábitos y aceptamos con mayor o menor gloria el devenir cotidiano. En el universo runner uno puede estar en la cúspide de su modesta aspiración deportiva, esto es, puede estar entrenando bien, teniendo buenas sensaciones, buscando nuevos retos, ávido de nuevo material deportivo por adquirir, puede investigar todas y cada unas de las muchas pruebas que nutren el calendario para comprobar qué marca ha conseguido fulano o mengano. Uno puede planificar las semanas, contar los kilómetros o el desnivel positivo acumulado, puede mirar a un futuro no muy lejano y verse ascendiendo cimas de otras latitudes....

... O puede acostumbrarse a una lesión, asumir que no estás para trotes, borrarte de las carreras venideras y salir a trotar con dificultades y molestias cuando buenamente puedes y/o quieres. Y ahí está el quid de la cuestión. ¿Soy más feliz ahora o antes? ¿Me siento mal por no sentirme competitivo? Indudablemente, estoy más tranquilo. Es un estado contradictorio, pero perder la noción del entrenamiento superado y la amenaza de un objetivo te relaja. Aceptas. Asumes.

Ahora ni tengo prisas por averiguar la raíz de esta maldita y extraña lesión que hace que a veces pueda correr con una leve molestia en el pie y otras me pare en seco a los 10 minutos. No hay diagnóstico aún, ni el fisio ha atinado precisamente. ¿Qué más da? El tiempo -supongo- devolverá todo a la normalidad, las molestias desaparecerán igual que vinieron. Sé que algo no marcha: lumbalgias imposibles, dolores de isquios, sóleo a punto de explotar, planta del pie petrificada... Pero esa certeza me tranquiliza.

Lo que todo esto me suscita es una pregunta que lanzo al vacío: ¿Son necesarias las lesiones? No hablo dentro de una temporada en concreto, sino de un espacio de tiempo más amplio. No he tenido mi mejor año -ni de lejos-, ni en volumen de entrenamiento ni en nivel competitivo, y sin embargo esta inoportuna lesión (¿o quizá oportuna?) me está transportando a lo esencial de todo: correr por correr, tranquilo, disfrutando, sin dorsal, sin agonía.
Pero muy a mi pesar,a pesar de este extraño estado de ensimismamiento y tranquilidad , una duda terrible subyace: ¿Cuándo coño voy a estar bien de una vez?