domingo, 10 de agosto de 2014

BELIEVER

      Hoy hace no sé cuántos días he vuelto a darme una vuelta por el universo bloguero. Unos minutillos nada más. He leído superficialmente algunas entradas de amigos corredores (sólo superficialmente, espero que sepan excusarme) y en general me he aburrido. Así de contundente lo expreso (excusadme de nuevo).  Ya no me entretiene leer sobre correr, como tampoco me apetece escribir sobre el tema, claro. Éste, mi blog, debería cambiar de nombre,  por cuanto ya no me apasiona contar los gozos y sinsabores de mi actividad motor vital. Sigo necesitando correr, por supuesto, casi a diario, pero ya estoy agotado. Este espacio está anquilosado, tanto como mi puñetero pie derecho. Y es que una vez transcurridos 6 meses desde que detecté esta molestia parece inevitable arrojar la toalla. Estoy harto. Fisioterapeutas, osteópatas, traumatólogos, podólogos –con los euros que conllevan- y cientos de artículos online no dan respuesta a mi maldición. Tiene mil nombres, miles posibles causantes, detonantes, problemas biomecánicos irremediables, hernias discales, artrosis, acortamientos de sóleo y peroneo,  pisada deficiente….  Pero ¿y las soluciones? Castillos en el aire. Infiltraciones, nuevas plantillas, cirugía, o el siempre polivalente consejo traumatológico de “deje usted de correr” son insuficientes.

     Sigo corriendo. Sigo sufriendo cada vez que salgo. En un recorrido de una hora tengo que parar al menos tres veces, descalzarme, masajearme la planta del pie y proseguir. Así todos los días.  Cada día con la vista puesta en el sol, buscando la luz de la esperanza que me dice “hoy será el día”. Pero el ansiado milagro no llega. Todos los días el dolor. Sigo pisando mis montes, el único lugar que me hace evadirme y poder masticar la felicidad por unas horas, donde en cada bajada técnica sigo divirtiéndome esquivando raíces y piedras, aun a sabiendas que al terminar el dolor será insoportable. No puedo dejar de correr. Tampoco me lo han prohibido. He estado tan derrotado con esta lesión que estaba dispuesto a cumplir la abstinencia que hiciese falta.

 Y en este desasosiego, esta incertidumbre, de este alambre sigo pendiendo, en un difícil equilibrio mental y físico que supone asimilar una verdad que quizá no quiero ni puedo ver, mintiendo a mi mente con otros estímulos externos, engañándome a mí mismo.

Hay miles de corredores pero pocos tan dependientes como yo. Puedo asumir no correr más carreras, no sentir la competición en la sangre, puedo asumir no hacer grandes desafíos… pero no cortar drásticamente con mi batería, mi energía, mi oxígeno. Seguiré saliendo a correr en cualquier condición hasta que sea totalmente imposible dar un paso más. Seguiré desencantado con tantos profesionales que son incapaces de comprenderme y de curarme, seguiré mintiéndome efímeramente con otros sucedáneos estivales, y seguiré creyendo en el milagro. Porque en el fondo soy un creyente.

1 comentario:

  1. Javi, debes descansar y no obsesionarte. Dejar que tu organismo busque una solución, porque al final siempre se sale. El treinta de agosto voy a correr una de montaña por los Montes Orientales -no parece demasiado técnica, aunque sí es larga-, espero tus consejos. Se llama la Huella del Búho.

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