Hoy hace no sé cuántos días he vuelto a darme una vuelta por
el universo bloguero. Unos minutillos nada más. He leído superficialmente
algunas entradas de amigos corredores (sólo superficialmente, espero que sepan
excusarme) y en general me he aburrido. Así de contundente lo expreso
(excusadme de nuevo). Ya no me
entretiene leer sobre correr, como tampoco me apetece escribir sobre el tema,
claro. Éste, mi blog, debería cambiar de nombre, por cuanto ya no me apasiona contar los gozos
y sinsabores de mi actividad motor vital. Sigo necesitando correr, por
supuesto, casi a diario, pero ya estoy agotado. Este espacio está anquilosado,
tanto como mi puñetero pie derecho. Y es que una vez transcurridos 6 meses
desde que detecté esta molestia parece inevitable arrojar la toalla. Estoy
harto. Fisioterapeutas, osteópatas, traumatólogos, podólogos –con los euros que
conllevan- y cientos de artículos online no dan respuesta a mi maldición. Tiene
mil nombres, miles posibles causantes, detonantes, problemas biomecánicos irremediables,
hernias discales, artrosis, acortamientos de sóleo y peroneo, pisada deficiente…. Pero ¿y las soluciones? Castillos en el aire.
Infiltraciones, nuevas plantillas, cirugía, o el siempre polivalente consejo
traumatológico de “deje usted de correr” son insuficientes.
Sigo corriendo.
Sigo sufriendo cada vez que salgo. En un recorrido de una hora tengo que parar
al menos tres veces, descalzarme, masajearme la planta del pie y proseguir. Así
todos los días. Cada día con la vista
puesta en el sol, buscando la luz de la esperanza que me dice “hoy será el
día”. Pero el ansiado milagro no llega. Todos los días el dolor. Sigo pisando
mis montes, el único lugar que me hace evadirme y poder masticar la felicidad
por unas horas, donde en cada bajada técnica sigo divirtiéndome esquivando
raíces y piedras, aun a sabiendas que al terminar el dolor será insoportable.
No puedo dejar de correr. Tampoco me lo han prohibido. He estado tan derrotado
con esta lesión que estaba dispuesto a cumplir la abstinencia que hiciese
falta.
Y en este
desasosiego, esta incertidumbre, de este alambre sigo pendiendo, en un difícil
equilibrio mental y físico que supone asimilar una verdad que quizá no quiero
ni puedo ver, mintiendo a mi mente con otros estímulos externos, engañándome a
mí mismo.
Hay miles de corredores pero pocos tan dependientes como yo.
Puedo asumir no correr más carreras, no sentir la competición en la sangre,
puedo asumir no hacer grandes desafíos… pero no cortar drásticamente con mi
batería, mi energía, mi oxígeno. Seguiré saliendo a correr en cualquier
condición hasta que sea totalmente imposible dar un paso más. Seguiré
desencantado con tantos profesionales que son incapaces de comprenderme y de
curarme, seguiré mintiéndome efímeramente con otros sucedáneos estivales, y
seguiré creyendo en el milagro. Porque en el fondo soy un creyente.
Javi, debes descansar y no obsesionarte. Dejar que tu organismo busque una solución, porque al final siempre se sale. El treinta de agosto voy a correr una de montaña por los Montes Orientales -no parece demasiado técnica, aunque sí es larga-, espero tus consejos. Se llama la Huella del Búho.
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