Que correr es una actividad placentera para los que lo
practicamos es una obviedad. Huelga decir que tras un buen entrenamiento la
sensación de satisfacción, relajación y lucidez mental se incrementa y por
tanto, estamos de mejor humor. Pero ¿y si además le añadimos unos ingredientes
a este manjar? Si combinamos deporte y
ocio –ya sea buena lectura, cine o cualquier otra actividad- sentiremos que
ambas facetas se retroalimentan y nos generará una gran sensación de plenitud. En mi caso –y en el de miles de personas-,
endorfinas y letras me aportan un placer muy necesario.
Tras esta perorata, aclararé que hoy no voy a hablar de
correr, porque sigo lesionado. Ni de mi progresión ciclista, porque ya empiezo
a aburrir. Voy a hablar de dos lecturas que me han tenido absorto por varios
días, dos libros que poco o nada tiene que ver pero que sin embargo, me han
aportado un nivel similar de regocijo. Todos sabemos que hay libros y libros.
Hay libros que se leen y desde las primeras páginas ya intuyes que no pasarán a
tu historia lectora personal; hay algunos que te disuaden de seguir leyendo;
hay algunos que se dejan leer y en general aportan entretenimiento, pero puedes
dejarlo en cualquier momento ante cualquier nimiedad o excusa; hay otros que,
sencillamente, se quedan pegados a tus manos y no quieren soltarse, no te dejan
concentrarte en el almuerzo y ni te permiten plantearte encender la televisión.
Éstos dos que hoy presento pertenecen por derecho a esta última categoría.

Incluso si el
propio tema en sí no te seduce, lee este libro. Es una historia contada con un
nivel de documentación y de detalles abrumador, con un ritmo narrativo
vertiginoso y lo mejor, que ocurrió hace apenas 20 años y que, al menos a mí,
me ha cambiado la percepción de una sociedad que va más allá de la corrupción.
Si un libro te hace consultar el Google Maps para ver ubicaciones reales de la
historia, si te hace rastrear Youtube en busca de vídeos y documentales
relativos a los cárteles de Medellín y Cali, si te hace aprenderte la vida de
sus protagonistas y si te convence de que a corto plazo viajarás al lugar de
los hechos, es que te ha enganchado.

El resultado es grotescamente divertido. Y es
necesario, necesitamos estas historias, estos personajes surrealistas, estos
análisis ingenuos de las situaciones. Necesitamos reírnos. En fin, vosotros
mismos, pero una historia de misterio y terrorismo internacional donde los
personajes son un puñado de pelagatos esperpénticos como el Pollo Morgan -una
estatua viviente-, o el Juli - un africano albino-, una acordeonista callejera ex-militante de las juventudes stalinistas, o una adolescente llamada Quesito, no te va a dejar
indiferente.
En fin, que a falta de quemar
zapatillas, seguimos quemando ruedas y pasando páginas, que no es poco ante
este sopor estival impregnado de agitación e indignación social.