Bien, pues tras 20 años de devota actividad deportiva me
dispongo a afrontar un periplo novedoso para mí. Ahora ya no caben falsos
dramatismos ni fingidas preocupaciones. Tengo que ir asumiendo que quizá no
vuelva a correr. Nadie me lo ha dicho, pero en mi fuero interno sé que es así.
Todos me transmiten optimismo al respecto, o tal vez sea incredulidad, en tanto
que ellos, tanto como yo, son incapaces de concebirme sin correr. La pesadilla
que empezó a finales de febrero está a
punto de extinguirse. Para bien o para mal. Nada de hernias ni nervios ciáticos
que valgan, nada de metatarsalgias ni distensión de tibiales ni síndromes
compartimentales. Ni hostias.
Después de mucha incertidumbre, negligencias y ansiedad la
única vía posible es el quirófano. Una compleja obra quirúrgica que tendrá que
reconducir el flujo sanguíneo de mi pierna derecha por otro lugar distinto de
mi maltrecha arteria poplítea, que literalmente está reventada. Un doble bypass
usando mi vena autóloga para volver a poder sentir la pierna derecha como mía,
para volver a intentar andar más de 100 metros, para no volver a sentir
espasmos, hormigueos, quemazones y calambres en toda la pantorrilla. Y quizá
para volver a correr, sólo quizá.
Ahora esta época es extraña. Trato de autoafianzarme, buscar
la confianza perdida, asumir mi inactividad, combatir la ansiedad y abandonarla
en el pasado. Sólo me queda esperar la cita con el cirujano vascular y mientras
llega tan sólo puedo hacer un ratito de elíptica y trabajar a conciencia el
tren superior, todo ello con las vistas puestas en mi futura larga inactividad.
Sudor baldío. Ahora no tengo una explícita dependencia física de correr, ahora
puedo ver a la gente aprovechando estos magníficos días pseudo-otoñales
pateando las calles, montando en sus bicicletas. Pero me duele ver la montaña. Todos los días
mi trayecto laboral me obliga a cruzar la Sierra de Huétor, con su embriagador
verdor, sus picos, sus misteriosos pinares… Y siento estrés. Dormido, sueño que estoy coronando alguna
cima, bajando alguna colina a tumba abierta, una melodía de metal vikingo me
acompaña y al despertar encuentro el desamparo y la hostia de cruda realidad.
Todo ha quedado en stand-by. Todo está paralizado y muchas
veces me apetece ocultarme en algún lugar, huir de lo que sé que soy, de lo que
llevo más de media vida haciendo, olvidarme de lo que me gusta y da sentido, de
lo que conforma mi yo. Los días se limitan a transcurrir sin pena ni gloria,
lentos.
Si miro al horizonte, si me atrevo, diviso un lejano mes de
febrero cuando quizá todo haya salido bien y pueda empezar a trotar, cuando me
despierte de esta pesadilla que me tiene aturdido y los colores, olores y
sabores vuelvan a tener sentido y conformen este difuminado cuadro que es ahora
mi vida.
Volverás a correr. Así de fácil.
ResponderEliminarY si no fuese correr, buscarás otra salida, otras atracciones...pues así de fría es la vida, te arrebata lo que más quieres y luego el tiempo todo lo torna para sobrevivir, aunque a veces sea a disgusto. Es la vida misma... Pero no te olvides que siempre todo puede ser peor, menos la muerte. Disfruta mientras vivas de un modo u otro, nunca se sabe cuando se acaba.
ResponderEliminar