Pues hemos vuelto con nuestros escudos. No intactos, algún
mandoble que otro nos ha caído, pero enteros al fin y al cabo. Antonio siempre
nos dice que volvamos de una carrera con nuestros escudos o sobre ellos.
Hoy ha sido uno de los días más atípicos que he tenido como
corredor. Una experiencia ciertamente extraña y sin un ápice de cinismo afirmo
que tengo un regusto dulce… pero no tanto.
No es atípico meterte casi 500 kms en total para correr una Media
Maratón; muchos lo hacen e incluso más distancia. Tampoco es atípico levantarte
a las 6am para correr 21 kms; muchas otras veces lo he hecho y una infinidad de
corredores saltan de sus camas los domingos para irse a trotar a otras ciudades.
Lo que es atípico es afrontar los últimos 200 metros de carrera y no tener ni idea
de la marca que vas a hacer. Empezaré desde el principio.
Mañana ideal para correr: ni una pega al tiempo: nublado, 10
grados. Ágil recogida de dorsales, fácil aparcamiento, tiempo de sobra para
calentar, bien desayunados e hidratados. Primera crítica, extensible a la mayoría
de carreras populares: esto de las carreras populares ciertamente son cada vez
más populares; quiero decir que a falta de 5 minutos para dar la salida
teníamos a no menos de 300 corredores por delante del arco, haciéndose los
remolones, haciendo caso omiso al speaker, que amablemente los animaba a
situarse en el lugar adecuado. Todos queremos salir bien posicionados, pero no
es de recibo tener que sortear a un montón de gente cuyas pretensiones son
bastante más discretas de lo que denotaba su posición. Un poquito de respeto y
de sentido común.
A pesar de este contratiempo, sorteando bicicletas y público
por el carril bici izquierdo, Txomin y yo marcamos el primer mil en 3’49’’. Segundo
revés: ¿dónde está el km 2? Cuando lo sobrepasamos, resulta que mi reloj marca
8 minutos. Luego hemos bajado el ritmo, pero las sensaciones no son de ir más
lento en absoluto. Está mal colocado, seguro.
Miro al frente y procuro que esto no me descentre. Sé que voy por debajo
de 4’/km. Así seguimos hasta que me topo
con mi tercer traspié: hacia el km 6 miro el cronómetro (comprado en Sprinter,
5 euros) y se ha parado, marca 30 segundos. No responde. Genial. No sé qué
tiempo estoy haciendo. Me sobrepongo y confío en que voy suficientemente
rápido. Tengo buenas sensaciones y la suficiente frialdad para idear un plan:
supongo que caeré en algún momento de la carrera, que me vendrá el bajón, que
no estoy fino aún, todos los malos augurios me invaden, así que decido atacar.
Sí, atacar, comandar el grupo de 10 ó 12 corredores que vamos bastante parejos
y “hacer de liebre” a Txomin. La gasolina me dura hasta el 14, donde
evidentemente la fatiga empieza a hacer estragos: cuádriceps tocados. En mi mano derecha, un gel despachurrado a
punto de extinguirse. A sufrir toca. El grupo se disgrega: la mitad avanza con
Txomin al frente y la otra parte se queda rezagada, conmigo peleando con otros
3 ó 4 corredores que van dando ataques puntuales. Decido contemplar el Guadalquivir,
abstraerme de mi sufrimiento. Agonía en
el 16. ¿Cómo coño iré? Resisto las
ganas de preguntar y decido seguir adelante, irremisiblemente vaciándome.
Km 17. Pienso que me quedan 2x2000. 10 vueltas a la pista de
atletismo. Es lo que tienen las series. A pesar de pensar todo lo posiblemente
pensable, a pesar de la mentalización positiva, a esas alturas de carrera ya
vas cascado y penando de lo lindo. A pesar de todo, aquí sale el entrenamiento
y doy absolutamente todo lo que llevo dentro. Mantengo a Txomin a unos 150
metros por delante. El Estadio Olímpico. La bocana de la puerta Este, creo.
Falta la bajada oscura y un 400. A tumba abierta y a todo esto sin tener ni
puñetera idea de mi marca. Calculaba 1h 24’ y sólo hasta que afronté los
últimos 200 metros no pude divisar el marcador del tiempo oficial: entraría en
1h 22’. Sorpresa, alegría, resignación (otra vez). Sprint y a la meta, rebajando 18 segundos mi MMP. El
desencadenado Txomin, que está absolutamente intratable en todos los terrenos y
disciplinas, ya sea montaña, asfalto, series, bicicleta… ha conseguido entrar
por debajo.
La conclusión a estas horas sigue siendo la misma que cuando
vi mi crono: contento por muchas razones obvias, sobre todo tras tanto tiempo
sin ritmo de competición. Contrariado
por lo que he sufrido, por lo que sé que me queda por sufrir para lograr los 80
minutos. Pero como siempre, subyace la ilusión de seguir mejorando, y la
reconfortante certeza de saber que todo lo que logramos es fruto de la
perseverancia y el esfuerzo. Nosotros venimos sembrando desde hace tiempo esta
cosecha a base de duro trabajo.
Seguimos.