Empiezo a sentirme vivo como hacía ya mucho tiempo. Otra vez
se han amplificado mis sentidos, las sensaciones son más vívidas y los colores –
a pesar de este gris lánguido que nos invade- se han intensificado. De nuevo he recuperado un rumbo que parecía
abocado a la inevitable colisión. Me he sacudido el soporífero letargo que me
invadía y me he echado a la calle a vivir. A ser yo.
Sé que las molestias no han desaparecido al 100%. Sé que
debo ser prudente y no hacer cafradas que me condenen de nuevo a la lesión, y
que no estoy tan en forma como debería a estas alturas de año: noviembre es mi
mes por excelencia. Invariablemente, todos los años alcanzo mi pico de forma
óptimo a finales de noviembre. Sé que me he perdido carreras de todo tipo, que
me voy a perder otras tantas, que el dorsal tendrá que esperar, junto con toda
esa amalgama de sensaciones que transmite colocarse bajo el arco de salida,
esperando el pistoletazo. Seré perseverante y mantendré firme mis dos
propósitos por ahora: no competir y no correr por montaña.
¡Pero he recuperado tanto! En apenas un mes he vuelto a
introducirme en la espiral vital que sólo se siente cuando uno está entrenando
duro. Casi sin proponérnoslo, hemos vuelto a crear una ilusión colectiva en
torno a un grupo con una motivación exultante.
Ahora soy yo y mis compañeros de fatigas. Ya planificamos, debatimos de entrenamientos
y zapatillas, de ritmos, de futuras pruebas, ya soñamos.
He oído a gente decir
que machacarse sin ningún objetivo a la vista es absurdo, que basta con trotar
para mantener el tono aeróbico. Yo no concibo eso. Yo necesito sentir el veneno
circulando por mis piernas, sentir el pecho vacío y la euforia danzando a tu
alrededor tras un duro entreno. Es casi inexplicable, pero me atrevería a decir
que el entrenamiento que más me gusta es el de series. Cuando uno se levanta a
las 6 de la mañana sabiendo que ese día va a hacer series con sus compañeros,
todo adquiere un sentido y una relevancia especial. El día está especialmente
moldeado y adaptado para tu hora y media de tortura, desde tu jornada laboral
hasta tu alimentación, pasando por tus relaciones personales. Todo es trivial, porque
ese día vas a hacer series. Una sesión
de pista tiene tres fases:
a) PREVIO:
conduces con Soilwork a buen volumen, juegas con los pedales del coche como si
tocases el doble bombo, rascas el volante simulando un punteo imposible… Vas
motivado. Aparcas, bajas del coche, recoges tu mochila, miras la pista. Sus
potentes focos intensifican el rojo del tartán. Empiezas a caminar hacia ella,
adentrándote en el recinto. De repente, no te apetece correr, no quieres
sufrir, te flojean las piernas… Todo ello se hace más intenso cuando te vas
despojando de la ropa mientras intercambias soflamas e impresiones de
resignación con tus compañeros, del tipo: “Bueno,
venga, coño, a por ellas… Cabeza, cabeza, ¡y un par de huevos! Las series se
hacen con cabeza y cojones”; “No tengo ganas de correr hoy… me duele todo,
tengo ardor…” . Indudablemente, es una fase dominada por el MIEDO.
b) TORTURA Y
DISCIPLINA: Tras un trote lento y torpe que te hace ser consciente de que
te duelen
todos los músculos y vas mascullando “es imposible que en un rato me ponga a 3’40’’, un último trago de
agua, ajuste de cronos y te ves en la calle número 1, con tus compañeros
mirando fijamente sus muñecas. Una vez das la primera zancada, todo se acabó.
La realidad pierde su sentido y otra dimensión te da la bienvenida. Ya estás
dentro. Son 3x2000 esta vez, 5 vueltas
cada uno. Pasas el 400 en 1’27’’ y haces tus cábalas. Sólo está tu dolor y el
de tus compañeros. En el segundo 2000 la zozobra te nubla y en la tercera
vuelta te quieres rendir, pero no sabes de dónde sacas lo necesario para
acabar. Cuando te resta una última repetición ya empiezas a sentirte satisfecho. Sólo entonces
tienes la certeza de que acabarás.
c) RECOMPENSA: La
recompensa no llega cuando terminas. No. Llega cuando tienes las agallas de
empezar la última serie, cuando sepultas tu ardor, tu debilidad de piernas y tu
inseguridad. Todo queda atrás y sacas el demonio que llevas dentro para darlo
todo. Aprietas los puños, abres la boca para recibir todo el aire que puedas,
aunque no sabes si te entra. Caen los 400, los 800, los 1200, los 1600 metros…
y en el último 400 te tiras a tumba abierta hacia un éxtasis que no estás
dispuesto a dejar pasar. Lo buscas y lo logras. Llegas sin resuello, te agachas,
amagas con vomitar…
Vuelves a casa con Soilwork de nuevo. Suena mejor que nunca.
Me gustan más que nunca. El sonido te parece mejor producido que nunca.
Mientras abandonas el recinto deportivo, echas una última mirada de soslayo por
el retrovisor a la roja pista… El
infierno y el cielo en una superficie de asfalto, caucho y plástico.
Con un
entrenamiento duro –ya sean series, intervals, ritmos controlados, tiradas
largas, etc- no entrenas tu forma física: entrenas la disciplina, el valor, la
tolerancia al dolor, el esfuerzo para lograr una recompensa, entrenas para la
vida.
Buenos días Javi. Leyendo estas cosas da gusto empezar la mañana. Me dan ganas hasta a mi de hacer series. Un saludo.
ResponderEliminarYo soy como tú, necesito entrenar para sentirme vivo. Me importan poco los objetivos, estos no son más que medios para justificar lo que se hace. Yo disfruto del camino, del machacarse cada día.
ResponderEliminarMucho me gustaría sentir todas esas sensaciones en las series; y esa ilusión. Por lo pronto estoy intentando que no me saquen de la pista. Supongo que será cuestión de tiempo. Esta semana llegará mi segunda sesión.
ResponderEliminarVeo que te va el metal industrial sueco.
"... entrenas para la vida" Que grande Javi, que grande.
ResponderEliminarQue razón llevas Javi, es tal y como lo has contado. Lo bueno es lo del grupo de series y la sensación al terminar, sabiendo que has cumplido.
ResponderEliminarA todo esto, mańana màs, series digo.
El otro dia le decía a Juan Carlos que el estadio y el tartàn serán los sitios donde más he sufrido en este mundo.