Alguna tarde de agosto de 1995. Un pueblo de la campiña sur
de Jaén. Calor infame -¡es agosto!. 16 horas. Un sendero polvoriento. A ambos
lados, algún castaño esquelético, almendros confundidos y olivos, muchos
olivos, tantos que la vista se pierde en el horizonte y sólo se divisa un
mosaico de puntitos verdes sobre un suelo marrón asustado. Amarillo sendero,
seco, piedrecillas esparcidas irregularmente por el paso de algún tractor de
paso a alguna de las fincas colindantes cercanas. Una hilera de ásperos arbustos dibuja el
contorno que debo seguir, pero lo cierto es que el paisaje se torna borroso
ante mí. Las dos tonalidades predominantes se confunden debido al tremendo
calor y al sudor que me ciega los ojos. Estoy en el infierno. Ese lugar en
verano es la mismísima morada del diablo. Es desolador.
Aún hoy
puedo evocar con nitidez fotográfica ese recuerdo, esos olores, esa fatiga, ese
sufrimiento… Llevo unos raídos pantalones de lycra de fútbol sala marca Luanvi,
una camiseta negra sin mangas de Metallica, del “Ride the Lightning”, más raída
aún, unas semibotas negras Reebok sin cordones, con velcro. Y lo mejor, un
walkman inmenso Aiwa -¡con autoreverse!-en la mano derecha y auriculares de
gomaespuma. Suena “Piece by Piece”, del albúm “Reign in Blood”, de los
grandiosos thrashers Slayer. Creo que gracias a ese disco (más bien, esa cinta
de cassette) pude sobrellevar aquel calvario autoinfligido.
El paso
es cansino, torpe, voy inclinado hacia adelante y me reconforta pensar que no
hay ni chicharras en el camino, porque mi imagen debe de ser patética. Avanzo
poco a poco, por fuerza mayor suelto este lastre que me sobra. ¿Dónde estará el
puñetero puente de hierro? Ya mismo llego, me doy la vuelta y a soñar con mi
merecido refresco. No llevo agua. No hay fuentes en el camino.
Un mes
antes me habían operado del fémur izquierdo. Un fibroma, o lagunilla, o algo
así. En principio era un tumor –el traumatólogo dijo a mi madre literalmente: “puede
ser maligno o benigno, señora, ya se verá”. En fin, pequeña incisión, reposo de
un mes, nada de deporte, bla bla bla. Ahí empieza mi idilio particular con los
traumatólogos.
15 días después yo me había tomado
al pie de la letra lo del reposo, pero lo de atiborrarme a deshoras no me lo habían
prescrito. Cervecita con panceta de tapa antes del almuerzo (tenía 16 años
recién cumplidos y ya me seducía el
momento cerveza), croissants rellenos de chocolate de merienda, etc etc. Y
así, entre bollo y bollo, una tarde, se produjo el momento que cambiaría mi
vida: mi abuela paterna me pellizca la teta izquierda y la nalga derecha ( bien ponchitas ambas ) al
mismo tiempo que yo mastico con fruición algo de Repostería Martínez y exclama
con júbilo: ¡Ay, qué hermoso (hermoso en mi pueblo = gordo zampabollos ) te vas a poner! Lo que pasó después está descrito
en los primeros párrafos.
Junto con las salidas intempestivas
estivales llegó la hora de gimnasia post-carrera, facilitada por unos libros
que le descubrí a mi padre de un campeón culturista del año 1966, un tal Manuel
Rillos, una eminencia por entonces en el mundo de los músculos. El tío te
proponía un año entero de entrenamientos sin usar aparatos. Lo más sofisticado
que usé fue una silla para hacer diversos ejercicios abdominales, y una toalla
para los tríceps. Un libro para cada mes del año y el décimo-segundo, de mantenimiento. Los hago todos. Todos los días. Comienza mi obsesión y el running se instala para siempre en
la rutina de un estudiante de 16 años. Perdí la chicha sobrante, definí mi cuerpo y mi vida. Todas las tardes, 7 días a la semana,
alternaba camisetas de Metallica, Slayer, Fear Factory y Guns N’ Roses y
voluntariamente me iba en busca del infierno. Aquello no me gustaba nada, ¡pero qué bien me sentía luego! Se puede decir que aquel año empecé a correr.
Efectivamente, en nuestros pueblos andaluces, hermoso era igual a zampabollos como bien dices, y si lo decía la abuelo eso ya era preocupante; aunque ahora hay que decirlo más políticamente correcto: niño obeso, que para eso están los modernísimos manuales de estilo juntero-sociata. Por cierto, esos libros de Manuel Rillos te ponían como un toro, doy fe.
ResponderEliminarAfortunadamente, en un momento del camino descubriste el milagro de los tejidos transpirables y dejaste de parecer un murciélago despistado entre olivos... Menuda voluntad inquebrantable la tuya, que ni el sopor producido por las raciones de más -que es como se comía y se come en nuestra santa casa- ni el calor digno de sauna de la camarilla te hicieron desistir del empeño. Tanto es así, que años después eres modelo y maestro en esto del running y tus discípulas no se cuentan por miles, pero algunas de ellas también van camino de ser endorfinómanas.
ResponderEliminarAmo correr, pero la sensación de descubrimiento de los inicios es algo que jamás se repite. La escasez tanto física como material dejaba un regusto épico que desgraciadamente desaparece con el tiempo.
ResponderEliminarSaludos y suerte en tu blog.
José Antonio, esos librillos de colores han marcado mis días pasados, te lo aseguro. Recuerdo repetir meticulosamente todos sus ejercicios "con" o "sin" contracción muscular...
ResponderEliminarHermana, eres carne de cañón también; lo llevas en los genes y ya has picado el anzuelo de correr. Además, esos olivos nuestros tienen algo... Ayudan a saber sufrir en el tedio y la monotonía del paisaje, a superarse. La camarilla también tuvo mucho que ver en esta forma actual de ver el deporte. ¿Modelo y maestro? Hummm.....
Anónimo, como dices, la precariedad de los inicios no se repiten. Tenías que verme ahora, no me falta un complemento y no sé dónde meter tantos pares de zapatillas.
*nota: La "camarilla" es un cuartito muy pequeño situado en le última planta de mi piso del pueblo, donde me machacaba con la gimnasia.
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ResponderEliminarOye, ¿y la entrada de hoy? :-)
ResponderEliminarTe lo dije, te lo dije: eras carne de Blog. Bienvenido compañero. Ya que en las carreras no puedo seguirte ni los primeros quince metros, te seguiré por estos mundos virtuales.
Buena entrada,buenos son los comienzos. ¿vas ha hacer un serial por fascículos? ja ja.
ResponderEliminarTe seguiremos por aquí Javi.
ResponderEliminarUn saludo.