domingo, 27 de enero de 2013

Txomin Desencadenado en la 18ª Media Maratón de la Cartuja (SEVILLA)


Pues hemos vuelto con nuestros escudos. No intactos, algún mandoble que otro nos ha caído, pero enteros al fin y al cabo. Antonio siempre nos dice que volvamos de una carrera con nuestros escudos o sobre ellos.
Hoy ha sido uno de los días más atípicos que he tenido como corredor. Una experiencia ciertamente extraña y sin un ápice de cinismo afirmo que tengo un regusto dulce… pero no tanto.  No es atípico meterte casi 500 kms en total para correr una Media Maratón; muchos lo hacen e incluso más distancia. Tampoco es atípico levantarte a las 6am para correr 21 kms; muchas otras veces lo he hecho y una infinidad de corredores saltan de sus camas los domingos para irse a trotar a otras ciudades. Lo que es atípico es afrontar los últimos 200 metros de carrera y no tener ni idea de la marca que vas a hacer. Empezaré desde el principio.




Mañana ideal para correr: ni una pega al tiempo: nublado, 10 grados. Ágil recogida de dorsales, fácil aparcamiento, tiempo de sobra para calentar, bien desayunados e hidratados. Primera crítica, extensible a la mayoría de carreras populares: esto de las carreras populares ciertamente son cada vez más populares; quiero decir que a falta de 5 minutos para dar la salida teníamos a no menos de 300 corredores por delante del arco, haciéndose los remolones, haciendo caso omiso al speaker, que amablemente los animaba a situarse en el lugar adecuado. Todos queremos salir bien posicionados, pero no es de recibo tener que sortear a un montón de gente cuyas pretensiones son bastante más discretas de lo que denotaba su posición. Un poquito de respeto y de sentido común.



A pesar de este contratiempo, sorteando bicicletas y público por el carril bici izquierdo, Txomin y yo marcamos el primer mil en 3’49’’. Segundo revés: ¿dónde está el km 2? Cuando lo sobrepasamos, resulta que mi reloj marca 8 minutos. Luego hemos bajado el ritmo, pero las sensaciones no son de ir más lento en absoluto. Está mal colocado, seguro.  Miro al frente y procuro que esto no me descentre. Sé que voy por debajo de 4’/km.  Así seguimos hasta que me topo con mi tercer traspié: hacia el km 6 miro el cronómetro (comprado en Sprinter, 5 euros) y se ha parado, marca 30 segundos. No responde. Genial. No sé qué tiempo estoy haciendo. Me sobrepongo y confío en que voy suficientemente rápido. Tengo buenas sensaciones y la suficiente frialdad para idear un plan: supongo que caeré en algún momento de la carrera, que me vendrá el bajón, que no estoy fino aún, todos los malos augurios me invaden, así que decido atacar. Sí, atacar, comandar el grupo de 10 ó 12 corredores que vamos bastante parejos y “hacer de liebre” a Txomin. La gasolina me dura hasta el 14, donde evidentemente la fatiga empieza a hacer estragos: cuádriceps tocados.  En mi mano derecha, un gel despachurrado a punto de extinguirse. A sufrir toca. El grupo se disgrega: la mitad avanza con Txomin al frente y la otra parte se queda rezagada, conmigo peleando con otros 3 ó 4 corredores que van dando ataques puntuales. Decido contemplar el Guadalquivir, abstraerme de mi sufrimiento.  Agonía en el 16. ¿Cómo coño iré? Resisto las ganas de preguntar y decido seguir adelante, irremisiblemente vaciándome.

Km 17. Pienso que me quedan 2x2000. 10 vueltas a la pista de atletismo. Es lo que tienen las series. A pesar de pensar todo lo posiblemente pensable, a pesar de la mentalización positiva, a esas alturas de carrera ya vas cascado y penando de lo lindo. A pesar de todo, aquí sale el entrenamiento y doy absolutamente todo lo que llevo dentro. Mantengo a Txomin a unos 150 metros por delante. El Estadio Olímpico. La bocana de la puerta Este, creo. Falta la bajada oscura y un 400. A tumba abierta y a todo esto sin tener ni puñetera idea de mi marca. Calculaba 1h 24’ y sólo hasta que afronté los últimos 200 metros no pude divisar el marcador del tiempo oficial: entraría en 1h 22’. Sorpresa, alegría, resignación (otra vez). Sprint y a la meta, rebajando 18 segundos mi MMP. El desencadenado Txomin, que está absolutamente intratable en todos los terrenos y disciplinas, ya sea montaña, asfalto, series, bicicleta… ha conseguido entrar por debajo.

La conclusión a estas horas sigue siendo la misma que cuando vi mi crono: contento por muchas razones obvias, sobre todo tras tanto tiempo sin ritmo de competición.  Contrariado por lo que he sufrido, por lo que sé que me queda por sufrir para lograr los 80 minutos. Pero como siempre, subyace la ilusión de seguir mejorando, y la reconfortante certeza de saber que todo lo que logramos es fruto de la perseverancia y el esfuerzo. Nosotros venimos sembrando desde hace tiempo esta cosecha a base de duro trabajo.
Seguimos.

martes, 22 de enero de 2013

Highs and Lows (ALTIBAJOS)


             No llevo la cuenta de las medias maratones que he disputado desde que en 2007 debuté en la distancia. Diría que bastantes. Cada una con un sabor distinto: dulces, amargas, muy amargas…Cada una una historia distinta. Sé que la del próximo domingo será especial también por muchas razones: porque será la primera tras mi lesión del pasado mes de marzo -¡casi 11 meses!  y porque ciertamente no las tengo todas conmigo. He estado entrenando bien y  en absoluto adolezco de falta de ilusión pero muy dentro de mí sé que no estoy en mi mejor momento y que por tanto no debo hacerme demasiadas ilusiones. Hago bien –muy bien- las series, pero es que en ellas me siento como pez en el agua: tengo explosividad y además lo doy todo; he cargado entrenos largos por montaña que me han proporcionado potencia y confianza en cuanto a volumen kilométrico. En definitiva, he hecho bien las cosas pero siento que no es suficiente, presiento que me falta tiempo y que esta Media Maratón de la Cartuja llega demasiado pronto.


            El pasado domingo, cuando bajaba de Pinos Genil  a 3’50’’/km mi cuerpo y mi mente me enviaron señales desalentadoras. Había que hacer al menos 7 kms por debajo de ese ritmo y ciertamente supe desde el primero que no era el día. Los cuádriceps se quejaban al levantarse y el resuello era vertiginosamente agónico. No había poderío en la zancada ni frescura en la cabeza y al final sólo dos de mis 7 miles acabaron por debajo de 3’50’’. En fin, cansancio llaman a eso. Ayer descansé y hoy he corrido 10 kms a 5’15’’. Joder, casi se me olvida lo feliz que se puede sentir uno rodando por encima de 5’/km.  Casi olvido que me gusta correr, porque no puede ser que cada vez que uno se calza las zapatillas salga a hacerse daño.  No obstante, siempre entendí correr como necesidad, no voy a decir solamente que me hace sentir libre, mejor persona, más solidario, bla bla bla bla… No voy pecar de cinismo: soy un puto “yonki-runner” que solo se acuesta en paz si ha castigado previamente el cuerpo.

          En fin, que tengo clara una dicotomía dentro de mí: disfruto corriendo en la naturaleza, esa es la esencia del correr para mí: montes, árboles y yo en medio; pero por otro lado me gustan las medias, me gusta la velocidad, me gusta ser más rápido y patear el asfalto y para ello no me queda más remedio que seguir machacándome hasta sentir ese ardor tan peculiar en el estómago. Hasta que consiga bajar de 1h22’, que no será el próximo domingo.

domingo, 13 de enero de 2013

Ésto no es entrenar.


Se notaba en el ambiente. Hoy había sensaciones de felicidad compartidas, chispas de triunfo en el aire y sonrisas de complicidad, especialmente cuando justo enfrente de la Ermita Nueva de Dílar íbamos llegando al km 25, finiquitando ahí nuestra épica tirada montañera dominical.

Coronada la silleta del Padul: Antonio, Hugo, servidor y Txomin.
Algo debemos tener los corredores en general, un ápice de locura que transmite incredulidad y asombro al resto, cuando a las 8 de la mañana, desafiando a una inmensa de tromba de agua y un frío considerable, amén de unas predicciones de nieve y tiempo desapacible en general, abandonamos el calor de la cama para echarnos al monte a correr.



Víctor, Antonio, servidor, Txomin, Maga y la cola de Willy.
Antonio, Hugo, Txomin, Víctor y un servidor hemos sido los cuatro “humanos valientes”, acompañados por los juguetones Maga y Willy, los dos labradores que a este paso se convertirán en expertos en trail-running. Decir que hemos disfrutado es insuficiente. Ha sido uno de esos recorridos tan variados, duros y rompepiernas que te hacen pensar que el tramo anterior ha sido una vaga ensoñación experimentada cualquier otro día. Barro a tutiplén, subidas por senderos revirados duros, nieve virgen, ventisca, lluvia, bajadas bonitas –no demasiado técnicas, aunque dificultadas por nuestros acompañantes caninos, con ganas de juerga-,  y en definitiva un sinfín de momentos de disfrute al máximo nivel. Mirar sobrecogidos al entorno que nos envolvía hacía que la carga de endorfinas se saturase y explotase a nuestro alrededor, creando un aura de goce sin parangón. Cada senda coronada con perseverante esfuerzo, cada roca esquivada ágilmente y la perspectiva del camino venidero nos insuflaba una fuerza descomunal en las piernas. Simple y llanamente, ganas de correr, de pisar el camino con vehemencia, de saltar raíces… Un paseo inolvidable por estos vergeles que circundan nuestra ciudad en la mejor compañía, como es habitual.

Un paso más para nuestro proceso de endurecimiento mental y físico hacia el 101km de Ronda, aunque con jornadas tan placenteras como ésta no tengo tan claro que el sufrimiento se entrene. Esto no es entrenar, es hacer lo que nos apasiona. En cuanto a la planificación venidera, vamos a seguir introduciendo la imprescindible sesión semanal de series, alargando progresivamente nuestras salidas de fines de semana, hasta que hagamos rutas de hasta unos 50 kms  (5 ó 6 horas), para adiestrar a nuestro organismo para los rigores de la fatiga y acostumbrarnos a alimentarnos en el trayecto. En el camino hacia Ronda, aparecen medias maratones ( la de la Cartuja dentro de dos semanas), diezmiles (los que podamos correr de Diputación), maratón de Sevilla en el caso de Txomin, trail de los Guájares y Sierra de Huétor, entre otros. Muchas horas de diversión por delante. El horizonte se presenta divertido en este 2013, y es que apenas hayamos concluido el 101 (porque lo terminaremos con éxito) ya estaremos mirando a 3.400 metros de altitud: la imponente figura del Veleta nos llama.