viernes, 3 de agosto de 2012

Inicios II - Consolidación.


        1996-2001.  Cou. Selectividad. Universidad. Los buenos viejos tiempos. Tiempos intensos, llenos de colores, olores, emociones. Época de interminables partidos de fútbol sala, curdas antológicas. Música a raudales. Conciertos, cerveza. Consumo compulsivo de cds –aunque todavía ponía mis maltrechos cassettes, perfectamente decorados y etiquetados con las portadas de los álbumes, con el line-up de la banda en cuestión, año de publicación, etc -.  Guns ‘n’ Roses, Metallica, Ozzy, Anthrax, Nirvana, Soundgarden, Pearl Jam, Alice in Chains, Helloween, Megadeth, W.A.S.P., Mötley Crüe, Skid Row, Iron Maiden van dejando paso a un nuevo panorama musical, el gothic metal, el thrash-death, el grindcore, el black metal de Dimmu Borgir. Paradise Lost, Anathema, End of Green, Crematory, Therion, In Flames, Dark Tranquillity empiezan a sonar a todas horas, intercalados con raras inmersiones del pop de Garbage, los industriales Nine Inch Nails o Ministry, Strapping Young Lad… Podría nombrar miles de bandas, cientos de revistas especializadas y una ávida búsqueda de grupos desconocidos. Todas ellas conformarían una juventud donde ya por entonces una actividad rutinaria había pasado a ser sagrada: correr.

    Correr después de un partido de fútbol sala; correr un sábado antes de irme de juerga; correr un domingo por la mañana para purgar la borrachera de la noche anterior; correr antes de estudiar; correr después de estudiar; correr de lunes a domingo; correr siempre.

Puente de Hierro. 2 kms más y marcha atrás.
      Entonces correr era muy fácil. Iba al pueblo de al lado,  y volvía. O iba al otro pueblo de al lado por otro tortuoso camino y volvía. Una hora era todo lo que necesitaba para equilibrar mi vida. Nada de gadgets tecnológicos ni material técnico específico. Las zapatillas seguían siendo las de oferta, que jamás superaban las 4.000 pesetas de entonces, y podían durarme perfectamente dos años. No las lavaba nunca, los pantalones de fútbol sala y la camiseta de algodón aguantaban 2 ó 3 salidas (se quedaban de pie solitas las camisetas). Todo muy sencillo. No me interesaban las carreras –creo que hasta desconocía que existieran-, las revistas de corredores, los que me adelantaban perfectamente pertrechados con colores vivaces y gráciles zancadas. Ni siquiera me planteaba correr durante más tiempo, a ver qué se sentía. Una hora era todo lo que necesitaba.
La Vía Verde. Monótona y llana.


         Estás obsesionado, Pareces un enfermo, ¿Qué necesidad tienes? Pareces Forrest Gump, ¡Te vas a poner malo!  son algunas de las perlas que me proferían familiares y amigos. Por los caminos que solía correr, que hoy son una vía verde, vereda actual de viandantes con y sin perros, ciclistas barrigudos,  grupos de 5 ó más señoras con generosas posaderas celulíticas, niñatos destartalados pavoneándose con los porros en las manos y sus rosarios al cuello, escuchando el infame y nauseabundo reggaeton en sus iPhones,  amén de otros deportistas de cierta dignidad, antes no circulaba ni cristo. Sólo recuerdo una figura que surcaba los caminos paralelos entre olivares con un ritmo endiablado y concienzudo: el 3 orejas. Me inquietaba y me fascinaba su terca obcecación por correr, su mirada concentrada al suelo, con sus gafas empañadas. Apenas me lanzaba una mirada de soslayo y seguía raudo a lo suyo. ¡Cómo corre ese cabrón! -me decía.  Sobre todo porque el 3 orejas había estado gordo. No es que entonces pareciese un atleta consolidado, ni mucho menos, su vestimenta era similar a la mía: cutre, y su fisonomía era más bien poco ortodoxa.  Pero maldito el día en que yo iba conduciendo por el puente de la carretera que pasa por encima de nuestro camino y lo veía, una y otra vez, corriendo. No faltaba un solo día a su cita. Entonces yo volvía de cualquiera que fuese mi menester, y lo primero que hacía era calzarme las viejas Nike y lanzarme a correr, a ver si todavía estaba por ahí el 3 orejas.

    Creo que esa persona, a la que llevo sin ver más de 10 años, me insufló aún más perseverancia a la hora de correr, y me demostró que no había horarios, ni climatología, ni coyunturas adversas para echarte al camino a correr.

jueves, 2 de agosto de 2012

VERANO DE DOLOR


       Cuando pase el tiempo –que espero que no sea más de 2 meses-, este período estival será recordado por mí como el verano del dolor. El dolor puede adoptar muchas formas, tanto física como psicológica, pero a mí me ha sobrevenido una especie de híbrido psico-física que está consumiendo mis días lenta y angustiosamente. Cuando vuelva a correr, inevitablemente voy a tener miedo. Tendré miedo de no ser ni la sombra de lo que he sido. Recorreré mentalmente todas las etapas de esta dichosa lesión, recordaré a los muchos ineptos que me han tratado, los intentos infructuosos de algunos esforzados por recuperar mi cara externa derecha de la pierna, los mil y un tests de prueba con sus correspondientes sensaciones negativas , rememoraré las panzadas de horas que estoy pasando sentado en mi bicicleta…

       No olvidaré las torturas a las que me están sometiendo los fisios.  Hasta ahora sé al 100% que desconocía el umbral de mi dolor, mi nivel de tolerancia al puro y duro dolor físico. Los dedos y puños que se clavan en mi muslo como cuchillos en mantequilla, que oscilan de arriba y abajo, que hacen vibrar mis tendones hasta el límite de la rotura. Aprieto dientes, agarro firmemente la camilla, sudo, hundo los ojos hasta creer perderlos. Contengo el grito con onomatopeyas ahogadas. Hasta lloro. Puro ciriax.

       Pero sobre todo recordaré el dolor que me produce ser perfectamente consciente de mi autocomplacencia, de la actitud distante y contemplativa que estoy adoptando ante la impotencia de no poder correr. Ya no me fijo metas. Ya no tengo objetivos. No sé cuál será mi próxima carrera. En agosto empiezo normalmente mi proceso de automotivación, es el mes en el que planifico mis ilusiones, mis carreras, el mes cuando corro con la camiseta empapada de sudor hecha un gurruño en mi mano. Me parece una eternidad el tiempo que llevo sin sentir mi droga. Casi ni recuerdo su placer. Sin ella, todo simplemente se viene abajo, se desbarata, pierde su sentido. Necesito apartarme de todos estos sucedáneos y conseguir de una vez por todas un subidón con la droga perfecta.                    Without you everything just falls apart...
                                                                        NINE INCH NAILS - The perfect drug