jueves, 19 de julio de 2012

Distintos temas: mismo placer


       Que correr es una actividad placentera para los que lo practicamos es una obviedad. Huelga decir que tras un buen entrenamiento la sensación de satisfacción, relajación y lucidez mental se incrementa y por tanto, estamos de mejor humor. Pero ¿y si además le añadimos unos ingredientes a este manjar?  Si combinamos deporte y ocio –ya sea buena lectura, cine o cualquier otra actividad- sentiremos que ambas facetas se retroalimentan y nos generará una gran sensación de plenitud.  En mi caso –y en el de miles de personas-, endorfinas y letras me aportan un placer muy necesario.


      Tras esta perorata, aclararé que hoy no voy a hablar de correr, porque sigo lesionado. Ni de mi progresión ciclista, porque ya empiezo a aburrir. Voy a hablar de dos lecturas que me han tenido absorto por varios días, dos libros que poco o nada tiene que ver pero que sin embargo, me han aportado un nivel similar de regocijo. Todos sabemos que hay libros y libros. Hay libros que se leen y desde las primeras páginas ya intuyes que no pasarán a tu historia lectora personal; hay algunos que te disuaden de seguir leyendo; hay algunos que se dejan leer y en general aportan entretenimiento, pero puedes dejarlo en cualquier momento ante cualquier nimiedad o excusa; hay otros que, sencillamente, se quedan pegados a tus manos y no quieren soltarse, no te dejan concentrarte en el almuerzo y ni te permiten plantearte encender la televisión. Éstos dos que hoy presento pertenecen por derecho a esta última categoría.

En EN LA BOCA DEL LOBO, el periodista de Los Angeles Times William C. Rempel me ha subyugado al 100%. Utilizando la típica expresión al respecto, se diría que lo he devorado. Se trata de un trabajo de más de 8 años de investigación y entrevistas telefónicas con Jorge Salcedo, ex-miembro del cártel de Cali, y de cómo consiguió derrotar al mismo. Una historia real que te exprime, te deja sin aliento y deja cualquier thriller ficticio condenado al ostracismo. Esto es suspense, esto es negro, muy negro.  Colombia, finales de los 80 y mediados de los 90. Narcotráfico. Pablo Escobar. Los hermanos Rodríguez Orejuela. La DEA. La CIA. Asesinatos, sicarios, coacciones, chantajes, droga, corrupción. El terror cotidiano de cualquier colombiano en Medellín, Bogotá o Cali. Historia, al fin y al cabo. Un ingeniero y antiguo reservista del ejército colombiano entra a trabajar como jefe de seguridad  del cártel de Cali, máximo rival del  enemigo público número 1 Pablo Escobar, señor del terror y dueño de todo en la Colombia corrupta de aquella época. Puedes entrar, pero ¿puedes salir?

      Incluso si el propio tema en sí no te seduce, lee este libro. Es una historia contada con un nivel de documentación y de detalles abrumador, con un ritmo narrativo vertiginoso y lo mejor, que ocurrió hace apenas 20 años y que, al menos a mí, me ha cambiado la percepción de una sociedad que va más allá de la corrupción. Si un libro te hace consultar el Google Maps para ver ubicaciones reales de la historia, si te hace rastrear Youtube en busca de vídeos y documentales relativos a los cárteles de Medellín y Cali, si te hace aprenderte la vida de sus protagonistas y si te convence de que a corto plazo viajarás al lugar de los hechos, es que te ha enganchado.

En EL ENREDO DE LA BOLSA Y LA VIDA, vamos a encontrar una historia más amable, pero no exenta de mordaz sátira social. Yo me parto con Eduardo Mendoza. Me río a carcajadas. Por momentos me sorprendo dejando el libro sobre mi regazo, descojonado a viva voz. ¿Esperpento, picaresca, surrealismo? Una genial mezcla de todo y mucho más. Con un protagonista de sobras conocido para los que hayáis leído anteriores obras de Mendoza, aquí tenemos el tan manido tema de la crisis, pero sin la grandilocuencia con la que nos la cuentan los medios. El humor se puede construir de muchas formas, y lamentablemente en la mayoría de ocasiones no está exento de lenguaje soez y  temas groseros. Aquí no es necesario nada de eso. Eduardo Mendoza construye la narración con lenguaje sublime, con un tono elevado deliberadamente cómico y unos adjectivos precisos.

 El resultado es grotescamente divertido. Y es necesario, necesitamos estas historias, estos personajes surrealistas, estos análisis ingenuos de las situaciones. Necesitamos reírnos. En fin, vosotros mismos, pero una historia de misterio y terrorismo internacional donde los personajes son un puñado de pelagatos esperpénticos como el Pollo Morgan -una estatua viviente-, o el Juli - un africano albino-, una acordeonista callejera ex-militante de las juventudes stalinistas, o una adolescente llamada Quesito, no te va a dejar indiferente.
                En fin, que a falta de quemar zapatillas, seguimos quemando ruedas y pasando páginas, que no es poco ante este sopor estival impregnado de agitación e indignación social.

miércoles, 11 de julio de 2012

19 minutos vs 60 kms


Correr debe de ser el deporte más ingrato que existe. Siempre lo pensé y ahora lo atestiguo de primera mano. 19 minutos es el tiempo que ha tardado en insinuarse la molestia en la cara externa de mi rodilla derecha mientras trataba de correr 5 miserables kms; 60 kms de media es la distancia que he estado recorriendo en bicicleta los últimos días. En una semana he acumulado 5 salidas en mtb, más la de ayer. Mis recorridos se alejan del paseo placentero; por el contrario, busco cuestas y arduos recorridos. El resultado empieza a obviarse: cada vez pedaleo con más soltura, mi cadencia se ha incrementado alegremente e inconscientemente he dejado de sentirme y verme como un dominguero –globero en jerga ciclista-. Digamos que empieza a defenderme.


         Las piernas, eso sí, comienzan a tornarse elefantíacas –como diría el magistral Ignatius Reilly en La Conjura de los Necios-. Las siento pesadas, lentas, hinchadas. Afirmaba sobre la ingratitud de correr porque hoy lo he odiado con todas mis fuerzas. Como me dice mi compañero José Antonio, somos animales de costumbres, y debe de ser eso lo que me ha transmitido hoy pereza, tedio y hastío cuando he empezado a trotar. Mi enésima prueba para verificar que sigo bien jodido. Tras cada despegue de una pierna, el otro aterrizaje tardaba una eternidad en efectuarse, cayendo pesada sobre la tierra compacta de la infame base aérea. Una respiración ajada y constantes carraspeos han formado una melodía digna de jubilado bronquítico haciendo jogging. No llevo pulsómetro desde hace un tiempo, cosa que he agradecido, porque los parámetros cardiacos habrían sido preocupantes. Tras 4 minutos de carrera he constatado algo de forma inconsciente: la sensación de lentitud al correr tras estar acostumbrándose a la bicicleta. Habituado a cubrir los kms en 2 minutos, de repente compruebas que el paisaje se torna inexorablemente lento. Corro lento, torpe, sin estilo, amedrentado mirando el reloj continuamente, esperando el fatídico minuto en que el dolor se manifieste.  Sorprendentemente, marcho a 4’30’’. He mirado hacia adelante, justo hasta el punto donde pensaba darme la vuelta y emprender el recorrido a la inversa, y me ha parecido una larga carretera del desierto de Arizona.

    Somos animales de costumbres, y temo. Temo a que mi voluntad, forjada con el paso de los años en una convicción inquebrantable, se vulnere de un día para otro. Temo a que deje de gustarme correr, a que me acomode en la autocomplacencia. Más de 3 horas de media estoy invirtiendo en cada salida de MTB para alcanzar un efecto que conseguiría con algo más de una hora corriendo, pero estoy en esa coyuntura,  no me queda otra. Sólo quiero seguir corriendo. Seguir amando correr.

jueves, 5 de julio de 2012

¿...A que me engancho?

Lo que dejas atrás.

¿Me estaré enganchando a la bicicleta? ¿Estaré olvidando definitivamente el running? Lo cierto es en que esta actual etapa en la que me encuentro noto que he progresado bastante: ya puedo ver a gente corriendo y no siento dolor ni conmiseración por mí mismo. Contemplo sus llamativos atuendos y sus chirriantes zapatillas con bastante indiferencia. Es cierto que estoy viendo gente corriendo, no corredores; éstos últimos parecen haberse ocultado en verano. O eso o que quizá yo no quiera verlos.
Mi nueva amiga forzosa.


He encandenado unas cuantas salidas de MTB y tengo que admitir que me gusta. Con matices, claro: no me voy a lugares imposibles que hacen dudar a las cabras para inmediatamente después lanzarme hacia abajo como un kamikaze, haciendo saltos, evitando rocas imprevistas y deslizándome por cerradas cornisas que dan a barrancos… No, nada de eso me pone. No me gusta jugarme el tipo haciendo deporte. No de esa manera. No puedo ni pensar en la posibilidad de partirme una pierna con la bicicleta. Lo mío, como ya saben, es sufrir. Y cuando me pongo a ello, soy el mejor. Sufrir, sufrir. Necesito una tarde entera, es verdad. Me da una pereza horrible ponerme a pertrecharme con los útiles necesarios para la bike: guantes, casco, zapatillas con calas, comprobar inflado, llenar camelback, engrasar cadena…; pero una vez me subo a ella y acomodo mi maltrecho trasero al sillín, ya no hay marcha atrás. Larga y sinuosa es la carretera, pero siempre quiero más. Si existe en el mapa, si hay trazado, se puede hacer – me digo.
He estado haciendo rutas combinadas en cuanto al terreno: he ido por parajes naturales y pistas forestales, pero he estado practicando también por auténticos puertos de montaña de asfalto, y así lo atestiguaban cientos de ciclistas con los que me crucé. Estoy aprendiendo a entender la orografía y el paisaje granadino, con sus múltiples posibilidades que nos ofrece a los deportistas. Uno mentalmente trazados que he hecho corriendo con los que ahora realizo con la mtb. Vuelvo a afirmar que para cualquier tipo de deportista, Granada es un paraíso, porque ofrece infinitas rutas montañeras para trail running, así como carreteras comarcales con poco tráfico, perfectas para la bicicleta. Casi todas, además, nos obsequian con una fresquísima fuente natural en el camino.
La terrible y sinuosa carretera del Purche.

Subo, subo, subo… Aprieto, sudo océanos,  los cuádriceps a punto de colapsarse, necesito más agua… el camelback está casi vacío y el líquido está ya caliente. Tras una curva cerrada crees que llega el descanso, pero no,  te encuentras con otra aún más empinada. Juega con los piñones, no bajes del segundo plato…
¿En qué te has convertido?

El caso es que termino extenuado. Incluso peso menos que nunca. Al día siguiente me siento cansado pero no me duele nada, todos los músculos están en su sitio y con buen tono; además el torso también se tonifica bastante. ¿Estaré empezando irremediablemente un idilio con la bicicleta? ¿Tendré que ir pensando en adquirir una bici de carretera y todos sus complementos? ¿Será irreversible este proceso y mi devoción por el running se desvanecerá?